LA TERCERA

La caída de Númenor

«Tolkien representa, diría, la maravilla del mundo abierto, con los corceles de la imaginación juvenil corriendo, y el rigor contrario del mundo cerrado, que es el empeño del sistema, de rigor, razón de la adultez»

NIETO

Álvaro Cortina

-¡Sin duda, usted es un verdadero tolkieniano ¿A que sí?!

Cuando, hace unas semanas, esperaba mi turno de voto por correo en una oficina de la urbe, hallé a mi lado a un individuo singular. Se trataba de uno de esos seres egregios ... que destacan, a poco que se fije uno, en medio del homogéneo tedio ciudadano: era un hombre corpulento, de unos 70 años, con gafas y barba cana, que se apoyaba en un bastón, y que vestía un chaleco de pesca verde desleído, con una serie de chapas prendidas de la pechera, a la manera de galones. En uno de estos pins circulares se distinguía claramente la exótica T en alfabeto Tolkien y, en otro, se leían las señas de alguna sociedad de amigos del autor de 'El hobbit'. Efectivamente, el caballero me respondió, con la rotundidad esperada, que él sí era un verdadero tolkieniano. Y repuso:

–¿Está usted interesado en estos asuntos?

Repliqué que, desde luego, admiraba al gran escritor sudafricano. ¿Quién no?, agregué, encogiéndome de hombros. Como nuestro respectivo papelito numerado indicaba que nos restaba una considerable espera, aquel devoto de las cosas de la Tierra Media y Númenor y yo charlamos un rato, aunque interrumpidos de continuo por los pitidos de las mesas, que llamaban a cada nuevo votante.

En esta circunstancia, le dije a aquel indudable soñador que, desde luego, estaba interesado en Tolkien y, más específicamente, últimamente, en su interpretación de la épica del Medioevo: 'Beowulf' y 'Sir Gawain y el caballero verde'... Entonces, advertí en su rostro ajado la ira y la decepción, crecientes. Me dijo que él fundó la sociedad literaria [Smial] de Tolkien en la ciudad, hacía muchos años, y que, antes, en los viejos tiempos, sí, alguien allí me podía haber orientado al respecto de mis inquisiciones literarias, pero que hoy… ufff, hoy, todo había cambiado.

–¡Caramba! Y, dígame, se lo ruego, ¿en qué sentido se ha operado tan tremenda metamorfosis en aquella comunidad?

–Bueno, a ver, hay alguno actualmente en la Smial que sí que sabe… –concedió– pero el problema es que ahora entran miembros que no han leído… ¡Ni 'El Silmarillion'!… Y yo… Yo no dejaría entrar a alguien que no ha leído 'El Silmarillion' - aseguró, exigente, sin asomo de piedad.

¡Bip! Nuestro turno se acercaba en el Correos de Mejía Lequerica. Él iba, en la cola, justo antes que yo. Mientras tanto, su acompañante estaba jugando con mi hija, que iba tranquila en el carrito, interesada en la pintoresca variedad de votantes. Pero la desolación del fundador crecía y crecía...

–¡Y todavía te llega alguno que no ha leído ni 'El señor de los anillos'! –me miraba reconcentrado, casi, casi asqueado, con una sonrisa sin ligereza– ¡Gente que te dice que ya ha visto las películas! ¡Ja! Pero, es que, vamos a ver, las películas… es que no tienen nada que ver con el universo de Tolkien. Por no hablar… –y aquí el grado de calamitoso desgarro y el estremecimiento del humanista alcanzó, sin duda, su culminación. –… ¡Por no hablar de la serie que ha salido ahora…! –pudo articular, en trémolo de indignación.

El caballero aferró con su aún fuerte mano el nacarado mango de su cachava, sin perder atención del próximo número: ¡Bip! Pues resulta que le tocaba. Él y la señora se dirigieron, lenta y esforzadamente, a la mesa que correspondía.

–Continuamos fuera– me dijo.

Después del trámite burocrático, nos reunimos en la calle. Por fin, sin los ruidos mortificantes de la oficina, él pudo reiterar con calma los principales conceptos que ya había formulado en el interior. Es decir: también los estudios tolkienianos están hoy en día de capa caída.

¿Quién me lo iba a decir? A 50 años exactos de la muerte de Tolkien yo siempre hubiera pensado que el legado de su obra, sus dos grandes best-sellers y su inmenso 'legendarium' póstumo editado con los años por su hijo Christopher, habían alcanzado un grado de difusión y prestigio universales. En nuestro país, las abundantes ediciones de Minotauro se suceden industriosamente, y las películas y las series, no sólo del mundo Tolkien, sino de la biografía del mismo, se conocen y comentan … Yo pensaba que 'El señor de los anillos' seguía siendo uno de esos hitos en la experiencia de todo lector adolescente: Tolkien representa, diría, la maravilla del mundo abierto, con los corceles de la imaginación juvenil corriendo, y el rigor contrario del mundo cerrado, que es el empeño del sistema, de rigor, razón de la adultez. La trilogía es para muchos lectores el primer tocho que escalan en la vida.

Pero, nada, hay gente, como aquel cumplido tolkieniano, que considera que nada más lejos de la realidad, en la era de la banalización. Este demócrata en ejercicio pensaba lo que otros sobre los estudios grecolatinos, los toros, el turismo auténtico, la política de altura o el estado general de la Tierra, es decir, la cosa de Tolkien va de mal en peor. Yo, francamente, no imaginaba que los apocalípticos podían aducir también el 'caso Tolkien' en su postulación de la decadencia del mundo, ese concepto que los antiguos prodigaron y que se cifra en la fórmula estoica del senectus mundi.

Uno de los mitos grecolatinos que más claramente aparece en el universo de Tolkien es el de la isla prestigiosa sumergida, es decir, el mito de la Atlántida. Tal es el mito de Númenor tolkieniano, en la Segunda Edad. Escribe Tolkien: «… Un enorme abismo se abrió en el mar entre Númenor y las Tierras Inmortales, y las aguas se precipitaron por él, y el ruido y los vapores de las cataratas se levantaron hacia el cielo, y el mundo se sacudió». En la sede de Correos, aquel desencantado relataba un sacudimiento de esta suerte. Ante sus ojos, tras los lentes, el fundador no me veía a mí: tan sólo contemplaba, quizá al ralentí, la nefasta y cósmica caída de Númenor. ¿No es la existencia resistir ante las numerosas, incluso innumerables, catástrofes de Númenor?

–Mi nombre es Amrud– me dijo (más o menos, no lo recuerdo bien). Era su nombre dentro de la comunidad tolkieniana, que había creado y criado. - Pero yo ya no formo parte de todo eso… Lo he abandonado. Paso.

Y así, de esta manera, este Tom Bombadil sin paciencia y con galones nacarados, se despidió. Antes de irse, el fundador se volvió hacia mí y añadió, levantando la garrota:

–¡Soy montaraz!

Lo eres, pensé. Renqueante, este irreductible marginal se fue con su fiel Baya de Oro en la dirección opuesta a la mía. Me quedé cavilando mientras los vi avanzar por la calle de la Beneficencia… Pero yo diría que también exageras un poco, amigo, continué para mí. En todo caso, ¡que tu garrota te sostenga por muchos años, Amrud Montaraz, frente a la caída, frente a las innumerables caídas, de Númenor!

SOBRE EL AUTOR
Álvaro Cortina

es ensayista, profesor universitario (IE y Cardenal Cisneros) y autor de 'Garravento, la garra al viento' (Jekyll&Jill).

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