Por lo que sea
La literalidad de la chistorra
«Después de la chistorra, ¿qué queda? El pacharán o la nada»
La abundancia o el apocalipsis
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Iniciar sesiónKoldo es uno de esos hombres que no puede escapar de su apariencia. Ahora nos encontramos con sus chistorras, y comprobamos que también le persigue una fonética algo basta y en cierto punto entrañable, por antigua y brusca, como un abuelo al que vamos a ... visitar los fines de semana y aún afila los lápices con el cúter. Chistorra es una de esas palabras que te llena la boca, casi siempre de felicidad grasa, y que de alguna manera nos traslada a un mundo anterior al traje, a la corbata y a las recomendaciones sanitarias: es un mundo donde hay que mojar el pan con gallardía. En la chistorra acaban las formas y empieza la fiesta, no siempre gastronómica, o no solo. Dices chistorra y lo siguiente que ves son unas manos manchadas limpiándose sin mucho disimulo en el mantel blanco, que ya queda para el destierro del trapo, y tal vez alguien eructando para sus adentros, llenándose aún más de placer, de orgullo, mientras pide un palillo, porque ya no tiene sitio ni para los paluegos. Después de la chistorra, ¿qué queda? El pacharán o la nada.
La investigación de la UCO ha determinado que las chistorras de Koldo eran billetes de quinientos euros, y él lo niega con la seguridad de los poetas. Koldo ha encontrado literatura en la literalidad, que es como encontrar petróleo en un parque eólico, y ha decidido, muy sabiamente, no moverse de su hallazgo. Sabe que ahí es rico, único, inimitable.
—Tengo una pequeña alegría para el día de las elecciones— le dijo a su mujer.
—¿Pase lo que pase?
—Sí. 2.000 chistorras.
—Eso es imposible. Para nosotros, ¿no?
—Tenemos carne para un tiempo. Vamos a guardar un poco lo mínimo, que ya estoy cansado.
—Si los cálculos los hemos hecho bien, no necesito ninguna chistorra más. Nunca.
El diálogo es digno de un Carver: tiene alegría, misterio, inquietud, desesperación, fragilidad. La supuesta verdad, en cambio, es más llana y pobre, y viene a conectar las corruptelas de Koldo con una larga tradición ibérica de jerga choricera: nos gustaría pensar que todo es nuevo, pero este cuento ya estaba escrito, y con personajes similares. En la Gürtel tenían magdalenas, galletas y biscotes, que ya apenas se dice, y hablando de la Operación Malaya la alcadesa de Marbella soltó aquella genialidad: «Vienen a quitarnos la manteca». Es todo muy pringoso, aunque nada está a la altura de la madre de Juan Lanzas, conseguidor de los ERE, que repetía en su pueblo: «Mi hijo tiene dinero suficiente para asar una vaca». ¿Y para un mamut?
La relación entre gastronomía y corrupción no es casual. No cuesta imaginarse a sus protagonistas en el reservado de un restaurante, ya comidos, repartiéndose el pastel con los gintónics, entre risotadas, siendo exactamente lo que parecen. Ha ocurrido tantas veces…
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