sin punto y pelota
La leche de los americanos
Se trata de ver qué llega de cada euro de ayuda para lograr que los resultados sean tan tangibles como los que vio mi abuelo con aquella donación americana
Incapaces y caraduras
El bucle del meme
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Iniciar sesiónMi abuelo Norberto siempre añadía una dosis de curiosidad extra a su ejercicio de la medicina. Cuando hacía el reconocimiento de los quintos en Granada, no se limitaba a observar su capacidad pulmonar. Al apuntar altura y peso, se preguntó por qué unos eran notablemente ... más altos que otros y encontró una respuesta: habían crecido más los que tuvieron acceso a a la leche y al queso de los americanos en la posguerra. Esos alimentos que la abuela de mi marido, Lola, maestra, repartía en el patio del Colegio de Prácticas Número 1 de Málaga. «Dos o tres veces a la semana, las maestras de las niñas de 5-6-7 años calentaban la mezcla de leche en polvo y agua; todas esas niñas que asistían a las escuelas públicas nacionales la tomaban en el recreo. También se repartía queso. Lo que sobraba lo llevaban las niñas a sus casas», cuenta mi suegro. A ninguna maestra se le ocurría llevar esa ayuda a casa y tampoco recibían dinero extra ni había una burocracia inmensa para repartirla. Mi abuelo pudo hacer la evaluación rápida y objetiva de esa ayuda.
Hay ayuda internacional que sigue siendo eficaz. Los responsables del colegio español Padre Arrupe, en El Salvador, sostenido por una fundación privada, consiguen que niños criados entre maras lleguen a la universidad. Con la eficacia de las ayudas oficiales hay dudas justificadas. Lo explicó hace casi 20 años el economista William Easterly en 'La carga de hombre blanco, el fracaso de la ayuda al desarrollo'. Aunque con algunas meteduras de pata, los chicos de Elon Musk están contando el destino de buena parte de los fondos de Usaid, la agencia de EE.UU. de cooperación internacional. Es cierto que no hubo 50 millones para condones a Palestina, como dijeron por error, pero sí ha habido fondos para óperas tránsgenero en Colombia o ayuda millonaria para el laboratorio de Wuhan, con una utilidad muy cuestionable si tenemos en cuenta la hipótesis de que saliera de allí el coronavirus que cerró el mundo, causó muertes, suculentos negocios de mascarillas y una censura en redes sin precedentes. También se han hecho públicos sueldos millonarios de directivos de oenegés que vivían del presupuesto público.
¿Qué pasa en España? Pablo Cambronero, exdiputado nacional que estuvo y se salió de Ciudadanos, desgrana en la cuenta de X –propiedad del líder del tecnofascismo– programas llamativos de la Agencia Española de Cooperación Internacional y para el Desarrollo, como 400.000 euros a una radio en Mali. Cuando las iniciativas son privadas y hay que dar cuenta a los donantes vemos la encomiable labor de Babies Uganda, con varias casas para niños huérfanos y abandonados, que gestiona una veinteañera, María Galán, que enseña en redes cómo se levantan colegios nuevos. Al final, se trata de ver qué llega de cada euro. De cuánto se queda en papeles de lo que va a la radio de Mali. Lograr que los resultados sean tan tangibles como los que vio mi abuelo con aquella ayuda americana. Como los que apreciaba Lola en aquellas niñas que saboreaban los vasos de leche en polvo calentita a media mañana.
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