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La Tercera

'El Españoleto' en París

Santos, mártires, ermitaños («muchedumbre de imágenes santas» los llama Bernardino de Pantorba) pueblan mayoritariamente la obra de Ribera

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Un réquiem alemán

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Alejandro del Río Herrmann

Esta sonrisa nos toma por sorpresa, nos cautiva, nos desarma con su feliz desparpajo, con su candorosa frescura. Nada en este rostro pura extraversión, nada en esta cabeza pelada denota belleza. La hilera, que se adivina irregular y desgastada, de los dientes superiores sobre los ... que se muestra la encía rubescente; la boca grande de labios carnosos; los hoyuelos marcados; los ojos apagados bajo el arco abultado coronado por las profusas cejas; las orejas separadas de la cara, insertas en el cuello bovino, demasiado grueso… Y sin embargo, todo en esta expresión aparece como suspendido en este instante de gracia sin un antes ni un después. Debajo, la pesantez del cuerpo, que se hunde en los pies desnudos, térreos, confundidos con el suelo. El ojo del espectador intuye la deformidad de la figura. Pero vuelve enseguida arriba, imantado por el destello de la sonrisa, y escapa al luminoso azul, cruzado por bancos de nubes blanquinegras, para perderse en las ondulaciones de la lejanía. Frente a ese fondo apacible, el muchacho está posando a la manera de un soldado, el bastón al hombro como un mosquete, el negro sombrero de ala ancha, desmesurado, rígidamente apretado con el brazo derecho, mientras de la mano izquierda, que sostiene la empuñadura de la muleta, cuelga un papel: 'da mihi elimo / sinam propter / [am]orem dei' («Dame una limosna por el amor de Dios»). En la parte inferior derecha del cuadro, apenas legible sobre el pardo terreno, otra inscripción: la firma, Jusepe de Ribera español, y el año, 1642.

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