la alberca
Casida del penitente
Son días de vigilia y de nostalgia, de volver a vivir como la primera vez lo que vivieron nuestros antepasados
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Iniciar sesiónPasó lo que tenía que pasar. Ya está. Ya se ha caído de la rama más alta del naranjo de los claustros la flor de la verdad sobre el alcorque. Ya suena en el azul el tremolar, la música del viento que se torna de ... bronce en el edén del minarete. El viejo campanario da las horas que vienen esperando a la esperanza. Quedó el reloj atrás. Y el almanaque. Pasó lo que sabíamos, llegó la cita con la cruz, la primavera. Y en los blancos perfumes de la calle donde tiene su templo la niñez, bajo un tramo de almagre y de amargura, una sombra nos urge en la fachada: unos llegan, otros van, otros se quedan… Nada ha sido para nada en el calvario, Dios ha puesto en esta luz su claridad. La vida sólo dura una semana.
Y el penitente, portando sus cruces, avanza en soledad detrás de Cristo callado, pensativo, en oración. Anónimo de siglos y de rostro. Cubierto por la piel del antifaz. ¡Silencio, va a llegar la procesión! «¡Es de carne!», grita roto de piedad un hombre a la intemperie. La ciudad contempla lluvia y sol, tarde magenta. Y el Hombre del dolor enajenado, de queja y de mudez, luz apolínea, avanza por la calle del tormento tan húmedo de cielo y tan atado, tan libre para el mundo, tan Cautivo.
La imagen que divisa el penitente de llagas, de suplicio y de pasión se queda en la mirilla de su fe. Apenas un ojal abierto al cielo. El resto de la ropa es una celda. Y envuelto en el cendal del incensario, rezando en su interior consigo a solas, arropa a Dios camino de la muerte. La danza de esa sangre enmohecida no deja sus pisadas en la tierra, sus huellas quedan yermas en el aire y esperan los sepulcros preparados con pétalos que orbitan transparentes. ¡Silencio, viene Dios por esa esquina sangrando por las plantas de los pies! Esa es su huella: el pueblo sangra cada vez que Él da un paso hacia su alivio. Tal vez una saeta en el balcón, quizás una sonora petalada, la lanza de cartón en el altillo perforan la memoria: terciopelo, merino, ruan, esparto, capa, velo... Gravita el antifaz sobre las ansias de túnica, de cíngulo y de soplo de incienso que se ahúma en el rosario. Alumbra como un haz el capirote.
Los niños piden cera y en el árbol las hojas son confeti. Por la yedra que trepa hasta el quejido Cristo llora y baja de la cruz hasta la fuente. Las velas encendidas son ausencias. Las llamas apagadas, duermevelas. Y el penitente sigue su camino como asoma el silencio que adelanta su Silencio, como grita la tarde en la sombra vacía de la plaza al reloj del amor con la cadencia de la muerte, como va la impaciencia con espinas en carne, como planta el ocaso su sol en la maceta. Así va hacia su templo tras los pasos de un golpe de tambor, de una campana, de un cirio, de una flor, de un estandarte. Siguiendo parihuelas de caoba, descalzo por cristales y humaredas. Son días de vigilia y de nostalgia. ¡Silencio, que ya ha sido sentenciado! El penitente ya sabe que el Viernes, en esta tradición vieja de España, será enclavado en cruz a su memoria. En las tinieblas de la hora nona.
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