lente de aumento
Lo fácil es señalar
El perroflautismo, incapaz de solucionar el reto de la inmigración, estigmatiza a quienes alzan la voz
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Iniciar sesión¿Se puede decir? Sí, claro. ¿Se debe? Pues parece que no. Hacerlo con normalidad, tirando de eso que nuestros mayores llamaban sentido común y ahora es cosa de proscritos, te coloca en el lado incorrecto. Te caricaturiza como un fascista de brazo en alto ... y bigotito ridículo. Vale, lo segundo es un puro señalamiento, el atajo de esos buenistas tan malísimos que, incapaces de solucionar un problema, optan por estigmatizar a quienes alzan la voz contra las consecuencias de una inmigración descontrolada para la que no hemos encontrado solución.
Abjuro de los discursos con tufo xenófobo, pero temo mucho más la indolencia buenrollista de quienes ven una oportunidad de sacar rédito político, negando el problema y alertando sobre el peligro de la ola racista. Son los mismos que, ante el aumento de la violencia protagonizada por menas, lo que hacen es magrear las cifras, pervertirlas y estabularlas bajo el artero epígrafe de «violaciones o atracos protagonizados por jóvenes». Vengan de donde venga. Es como si el ministerio de Sanidad ocultara la prevalencia del cáncer de pulmón entre los fumadores porque hubiera llegado a un generoso acuerdo con Phillip Morris.
Esto que tecleo es aplicable al perroflautismo progre que se nos impone. Estoy convencido de que cualquiera de esas personas, si se cruzaran con un grupo de menores magrebíes a las diez de la noche por una calle cualquiera de su ciudad, se pondrían en guardia. Es triste, es injusto, es lamentable. Claro. Y normal también. No es una cuestión de raza, sino de circunstancia. La que hemos provocado por un infantilismo tan peligroso como el extremismo sobre el que alerta. Simplemente porque no hay ola sin marea previa. Si cuando crece el nivel migratorio la postura es negarlo, lo normal es que los perjudicados lo seamos todos. Mucho más los propios inmigrantes, a quienes el buenismo ni tan siquiera funcionará como placebo. No sé cuál es la solución, pero no tengo ninguna duda de que no estriba en esa cantinela de frases como de galleta de la suerte con las que nos fustigan desde la izquierda ye-yé. Una patulea de iluminatis que cambia de colegio a sus hijos en cuanto pueden porque, cáspita, «está imposible de moros y sudacas».
Quizá bastaría para aventar el fantasma de las cabezas rapadas, por dentro y por fuera, si se afrontara el fenómeno de la inmigración sin miedos ni complejos. Quizá, bastaría con imaginarse la muy bucólica (y aburridísima) Ginebra si por sus calles deambularán 50.000 españoles en busca de parné. O si se trataran el asunto como a las hordas de cangrejos británicos y teutones que, beodos perdidos, convierten nuestras costas en una eterna Magaluf. Ahí, cuando colores y culturas son homologables, se actúa con una contundencia que para otros problemas quisiera. Claro que hay gentuza racista. Esos, difícilmente tienen remedio. Pero si no queremos que crezcan las filas de camisas pardas no vale cambiarse de acera, ocultar el problema y emborronar una estadística.
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