La temible Guayana francesa
LLEGUÉ a Cayena, capital de la Guayana Francesa, en 1963, procedente de
LLEGUÉ a Cayena, capital de la Guayana Francesa, en 1963, procedente de Venezuela y Suriname. Deambulé por sus calles; Cayena parecía una tranquila ciudad de provincia que hoy tiene 50.000 habitantes y en aquel año 30.000. Una familia hablaba español. Pensé que eran ... españoles residentes en Francia que se habían trasladado a este departamento (provincia en Francia) tal vez huyendo del frío de los inviernos de la metrópoli, como hay, por ejemplo, franceses radicados en Canarias.
Cayena ha prosperado mucho desde entonces, ya que en la Guayana Francesa se halla hoy la plataforma de lanzamiento de misiles y satélites espaciales europeos.
Alquilé un automóvil y me dirigí hacia el oeste, hacia Suriname, por una carretera paralela al mar trazada en plena selva tropical. La vía quedaba cortada dos veces por dos caudalosos ríos. Como no había puentes, subíamos nuestros vehículos a unos transbordadores para alcanzar la orilla opuesta. El segundo río era el Maroní y allí está la ciudad de San Lorenzo del Maroní, limítrofe con Suriname.
Permanecí dos días en ella y me sucedió un caso curioso. La población de ese territorio es negra. Los únicos blancos que se ven son ex presidiarios de la isla del Diablo (a 40 km. de la costa) o de otras islas de castigo penitenciario. Son cuatro islas, creo. Pues una tarde estaba en un bar y oí un agrio altercado en un bar contiguo entre un hombre y una mujer. Pregunté a un blanco francés qué ocurría y me respondió: «Nada especial. Es una fuerte discusión entre una prostituta y un ex presidiario, como tú y como yo». Me hizo gracia el error, pero sólo añadí: «Ah, sí, claro. Gracias». Después de esto volví a Cayena por el mismo camino.
Gran parte de las playas de la Guayana Francesa la forman arenas movedizas, esas trampas mortales de la naturaleza que en menos de 20 minutos se tragan al infeliz que haya osado pisarlas. Únicamente se salva el que antes se haya asido con firmeza a la rama de un árbol o a un arbusto.
En la selva abundan los hormigueros de hormigas carnívoras, bien conocidos por la gente del hampa francesa que anda suelta por allí, para eliminar a sus enemigos. Atan el adversario, vivo, a la rama sólida de un árbol y colocan al desdichado, bien amarrado, sobre uno de estos fatídicos hormigueros. A los pocos minutos han desaparecido los ojos; quedan sólo las órbitas vacías, y al cabo de pocas horas los miles de hormigas carnívoras han dejado lo que fue un ser humano reducido apenas a un conjunto de huesos pelados. Es una de las muertes más atroces y lentas que puedan imaginarse.
Henri Charrière, venezolano ya fallecido, creador de su autobiografía -denominada «Papillon»-, describe magistralmente la vida en la Guayana Francesa y en sus penales tristemente célebres. La obra existe también en versión cinematográfica.
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