Sesión de rutina parlamentaria
DISIPAR la gravedad económica en forma de humo no da confianza, ni tan siquiera al PSOE. Es lo que hizo ayer el presidente del Gobierno, entre las advertencias de sus aliados habituales y una cierta perplejidad del PP. Se hubiese dicho que Rajoy todavía tenía ... en cuenta la posibilidad de que Zapatero asumiera la crisis con cierto rigor y estuviese dispuesto a tomar medidas de fuste. Seguramente también la ciudadanía esperaba algo, ese algo que los líderes políticos tienen la obligación de ofrecer y formular cuando las cosas van tan mal.
En primer lugar, tenía lógica que el Gobierno aprovechase la oportunidad parlamentaria para buscar credibilidad y dar confianza a una ciudadanía que -según las encuestas- no está convencida de que Zapatero deba volver a ser candidato. Al mismo tiempo, era una ocasión indudable para dar tranquilidad a los mercados financieros. En tercer lugar, la intervención del presidente del Gobierno podría haber servido para afianzar la posición española en la eurozona, distanciándose de aquellos países -Grecia y Letonia- con los que aceptó estar en la infausta mesa redonda de Davos. Ninguno de los tres objetivos quedaron cubiertos a lo largo de un debate, cansino, reiterativo y rutinario. Dos años más así son un horizonte estéril y perjudicial, en buena parte a merced de los mercados y las presiones de la eurozona. Paro desbordante, deuda, déficit: Zapatero lo definió ayer como «evolución lenta hacia un menor deterioro».
Después de haber negado las estimaciones del Banco de España, ayer Zapatero cubrió de elogios sus actuaciones; después de haber criticado el mundo empresarial, ayer defendió el papel de las grandes empresas; después de haber practicado una política exterior errática y poco occidental, ayer reclamaba los beneficios del papel internacional de España; después de haber negado la crisis, ayer la describió profusamente; después de negarse a reducir el gasto, ayer se puso antidéficit; después de haber mostrado su desatención hacia los consensos de 1978, ayer alabó el pacto constitucional. En fin, buscó acotar al PP, luego le negó legitimidad y acabó por sugerirle diálogo. ¿Cómo puede describirse ese comportamiento, más allá de la sinuosidad parlamentaria? Encaja mucho en las definiciones de populismo y demagogia.
Un rasgo adjunto es el carácter risueñamente providencialista con que Zapatero repitió una y otra vez que asumía toda crítica, menos que se pusiera en duda la buena salud de la deuda pública española o que aceptaba incluso que no le respetasen, siempre y cuando eso no afectase la estabilidad financiera. Es algo también propio del populismo: presentarse como un político con las espaldas anchas para sostener la nación en momento de crisis, diga lo que diga la oposición. Pero Zapatero no tiene un plan.
¿Pactos? Inmensa comedia con poca capacidad de duración racional. Todo quedó apañado con el anuncio de una comisión «ad hoc». Ahora el escollo griego hipnotiza los temores, los comprime y mantiene bajo llave en el arcón de las vulnerabilidades, por contraste con aquel Partenón provisional que se quiso alzar a la sombra del Tratado de Lisboa. Tras el debate parlamentario más decisivo del segundo mandato zapaterista, todo queda igual. El Gobierno ha perdido reflejos mientras que la oposición tiene objetivos estratégicos razonables pero notables dudas tácticas. Mañana de rutina en la Carrera de San Jerónimo. Como Atlas, un Zapatero anchísimo de espaldas promete sostenerlo todo. También lo creen algunos banqueros, hasta que dejen de creerlo.
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