En primera fila
La misma piedra
El Gobierno prefiere correr el riesgo de un rebrote a cambio de desviar la presión crítica y controlar la narrativa
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Iniciar sesiónEn un raro despliegue de sentido común, un miembro del Gobierno explicaba hace diez días que la prioridad máxima del gabinete socialista era evitar un rebrote de la pandemia. «Va a mandar la ciencia. No vamos a tropezar dos veces con la misma piedra. Sería ... desastroso sanitaria, psicológica, económica y políticamente». Esta última parte era la que más le importaba. «El Ejecutivo es el responsable total de la gestión y la culpa le caería a plomo. Sería muy difícil contraargumentar. Pedro tiene claro que si hay que pecar de algo, es mejor pecar por exceso de confinamiento que por defecto», razonaba. Dejando a un lado el debate sobre el orden de prioridades de este cargo, parecía que, por fin, el Ejecutivo empezaba a entender el quid de la pandemia. No tomar las medidas necesarias no permite evitarlas ni reducirlas, sino que las multiplica: no sale más barato, sino muchísimo más caro en todos los sentidos.
Sin embargo, ese destello de clarividencia pronto quedó ahogado por la presión social. Ante los continuos errores de gestión del Gobierno y los «lapsus» de los técnicos, Sánchez improvisó con maestría propagandística un nuevo tema de debate hace dos sábados: el inicio del desconfinamiento. Todos contentos porque los niños saldrían a la calle. Y en un nuevo alarde de irreflexión, la norma no entra a estudiar las distintas densidades de población. Da igual si uno vive en una casa aislada de un pueblo o en una torre de doce pisos en un barrio atestado. Todos pueden moverse el mismo kilómetro.
Ahora, piensen ustedes en una capital de provincia. Hagan el ejercicio de restar el espacio que ocupan los edificios, las vías para coches y los parques. A esto añadan la cuota de descerebrados o caraduras que no cumple las normas (siempre existe). ¿Resultado? El que vimos el domingo: aglomeraciones en los pocos sitios en los que los niños pueden correr sin peligro, montar en bicicleta o jugar al balón en las capitales. ¿También esto era imposible de prever?
Sin embargo, lejos de reconocer que la medida fue lanzada con improvisación y que necesita retoques, Fernando Simón preparó el camino para culpar a las familias. «Cada uno tiene que demostrar la responsabilidad personal y familiar para garantizar que la apertura progresiva no se convierta en un riesgo», afirmó. Conforme, pero dígame, si uno cumple a rajatabla las normas, encuentra zonas atestadas, vuelve raudo a casa pero coge el virus porque un infectado asintomático le estornuda a medio metro, ¿dónde queda la responsabilidad del Ejecutivo?
El desiderátum, no obstante, llegó este fin de semana con el anuncio de que todo el mundo podrá pasear desde el próximo domingo, a pesar de que el Covid-19 se manifiesta fundamentalmente entre los dos y los cinco días posteriores al contagio. Es decir, que el Gobierno aprobará el nuevo permiso para los adultos solo seis días después de permitir las salidas de los niños y, por tanto, sin conocer completamente el impacto multiplicador que éstas tendrán sobre el virus. El Ejecutivo argumenta que tiene las armas para reaccionar rápidamente ante cualquier repunte. ¿Y quienes mueran en el proceso? La respuesta es el silencio. Daños colaterales, supongo.
Es evidente que el Gobierno prefiere correr el riesgo de que la enfermedad empiece a rebrotar a cambio de desviar la presión crítica. Todo vale con tal de controlar la narrativa hoy, sin preocuparse de lo que pasará la semana que viene. Aunque tropiece dos veces con la misma piedra.
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