En primera fila
Inconcebible, y sin embargo real
Nuestros gobernantes se empeñan en ocultar su falta de previsión escudándose en su falta de imaginación
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Iniciar sesiónA la pregunta sobre la posibilidad de sancionar a quienes enviaran al colegio a sus hijos con síntomas de Covid-19, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, recriminó con ofensa a los periodistas por haber sugerido tal aberración. Dijo que no concebía que unos padres ... pudieran arriesgar así la salud de los niños. Dado que se licenció en filosofía, quizá le ayudemos si presentamos las premisas en forma de silogismo: «Ningún negacionista antimascarillas se toma en serio las medidas de protección contra el coronavirus. Algunos negacionistas tienen hijos en edad escolar. Por tanto...» El argumento (Modus Ferison, para los curiosos) nos permite inferir que efectivamente nos encontraremos este año con la situación que el ministro consideraba inconcebible. Si recuerda algo de la lógica de primero de carrera, tal vez intente escapar de la conclusión diciendo que no existen tales ciudadanos antimascarillas, convirtiéndose así él mismo en un negacionista.
En la nueva normalidad política, abunda esta estrategia de contradecir datos que todos podemos localizar en cinco minutos con el buscador de nuestros teléfonos. Desde Donald Trump calificando de exageradas las estadísticas estadounidenses de mortalidad por Covid-19 hasta Enrique Ruiz Escudero tranquilizando a los madrileños sobre la situación «estable» y «controlada» de un número creciente de brotes. Ahora se gobierna presentando narrativas favorables en Facebook y Twitter. Lo de valorar datos y tomar decisiones apropiadas está pasado de moda. El único problema viene de la naturaleza testaruda de la realidad, que se resiste a adaptarse a las narrativas, y por eso tienen que seguir negándola una y otra vez.
Nuestros políticos se han vuelto optimistas infatigables. Isabel Celaá propuso una vuelta a las aulas animándonos a que «pensemos que no habrá rebrotes». Como los hay, Pedro Sánchez nos asegura ahora que los alumnos encontrarán un entorno seguro. Puede que garantizar una afirmación así entrañe algunas dificultades organizativas, pero esto es problema de las autonomías y los centros educativos. Las transferencias favoritas de los gobernantes son las de responsabilidad.
Funciona así. Un gobernante escribe en un papel un deseo: que haya veinte alumnos por profesor con una separación de 1,5 metros, por ejemplo. Después, se espera a que el deseo se haga realidad. Puede que en ocasiones resulte a dos días de comenzar la enseñanza primaria que el consejero de educación de turno se dé cuenta de que va a ser complicado conseguir esa proporción, pero no hay que desanimarse. Hagan como el presidente del Gobierno ayer, que en el mismo aliento defendió con tranquilidad la seguridad de las clases «sin que exista el riesgo cero, porque va a haber contagios», no vaya a ser que le echen en cara los contratiempos que puedan surgir.
Cuando la realidad te asesta un revés, mejor mirar al futuro con entusiasmo. Sánchez ilustraba cómo hacerlo al afirmar que no concebía que no la mayoría del Congreso no le aprobara los próximos Presupuestos. Verdaderamente inconcebible, aunque fue exactamente lo que le ocurrió el año pasado con sus propios socios de Gobierno. Recuerda a aquella película de mi infancia, «La princesa prometida», en la que el villano, Vizzini, exclama «¡inconcebible!» cada vez que ve al héroe dar al traste con sus planes, hasta que uno de sus esbirros comenta: «Sigues usando esa palabra. No creo que signifique lo que piensas que significa».
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