Perdigones de plata
Furia española
Estoy harto de que abusen de los españoles cuando necesitan un malo para la películano
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Iniciar sesiónEn esta playa populosa transcurren los días bajo largas siestas arrulladas por el rumor del chacoloteo (plas-plas) de las chanclas. Todavía queda un cine de verano de pantalla enorme teñida de cal, lo cual se agradece ahora que triunfan las pantallas jibarizadas que impiden ... la majestuosidad de un primer plano donde destaca el fulgor de una mirada. Por eso me alegré cuando mis sobrinos me propusieron ir al cine esa noche. Pero hubo un problema: se trataba de ‘Jungle Cruise’ y me entró un calentón que ni De Gaulle suplicando resistencia, nariz pegada contra un micrófono de la BBC, frente al invasor alemán. Me vine arriba, muy arriba, acaso porque tras tanta hibernación sobre la arena necesitaba un aquelarre. Y me dio por arrearles un discurso...
Estoy harto, les dije, de que abusen de los españoles cuando necesitan un malo para la película, y de la leyenda negra que repta en sus sajonas mentes. Les recomendé que leyesen de una vez lo de Roca Barea y el ‘Hernán Cortés’ de Mira Caballos, coño. Les expliqué que Hitchcock siempre entendió que, sin un buen malo en la película, esta funcionaría cojitranca. Un malvado de caricatura no era sino mamarrachada, tenía que ser, al menos, tan atractivo como el protagonista. Por eso al elegantísimo Cary Grant de ‘Con la muerte en los talones’ le colocó de reverso tenebroso a James Manson, un perfecto caballero que lucía fresco como un pincel a estrenar. Aquel duelo entre dos hermosos de ademanes aterciopelados resultó tan memorable como la avioneta que pretendía fumigar al divino Cary. Continué parloteando, cada vez más recrecido y furioso, gesticulando como un Mussolini pasado de tripi. Ellos me miraban ojipláticos. Apunté, con tristeza y rabia que, si recurren al tópico del español cafre esto se debe a que los propios españoles hemos asumido nuestra siniestra condición sin poner reparos. Estamos acostumbrados. Nos han acostumbrado. Y, lo que segrega gran frustración, viene con nuestra mansedumbre. Ingleses, holandeses y franceses fueron mucho más hijos de perra que nosotros, pero mucho, sin embargo casi nunca, desde Hollywood, los usan como modelo maligno. ¿Por qué? Me atacó ya un delirio formidable y añadí que no conviene olvidar nuestro nulo papel en el concierto internacional. Se faltan con nosotros porque somos presa fácil. No pintamos nada. Pero nada de nada. La mirada fija de Biden cuando el otro le trataba de vender una milonga lo dejó bien claro. Incluso un indocumentado como el nuevo presidente de Perú se atreve a insultarnos en presencia del Rey. Ustedes me contarán. Mis sobrinos me contemplaban patidifusos. Sentía el éxito en mi mano. Mi verbo les estaba convenciendo. ¿Buscan un malo remalo? Tranquis, ahí tenemos a un infeliz español. Pero habían topado conmigo, nada menos, y yo no iría a ver esa película. Antes muerto pero intacto de honra. Un sobrino bostezó. El otro dijo: «Tío, que igual llegamos tarde. Anda, coge el dinero y vámonos». Obedecí. No hay nada como un español enfurecido.
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