Tiempo recobrado
Nostalgias soviéticas
Tal vez lo que está pasando hoy tenga mucho que ver con aquello que pasó hace 30 años
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónLa primera imagen que recuerdo de mi viaje a la Unión Sovética es una gran avenida en Kiev, donde había unos grandes almacenes totalmente vacíos. Estábamos alojados en el hotel Rus, cerca del estadio del Dynamo. El desayuno era té con mendrugos de pan duro ... y una margarina incomible. Visitamos un gran monumento a los caídos en la II Guerra Mundial a orillas del Dniéper. Había una gigantesca estatua que enarbolaba en sus manos un escudo y una espada. El lugar estaba totalmente desierto, al igual que el museo que conmemoraba la guerra.
Viajamos a Moscú en un tren en el que un camarero servía té en unos vasos de cristal con un asa metálica. Había seis literas en cada departamento. El hedor de los pasillos era insoportable y una viajera se colocó un pañuelo en la cara para protegerse. Desde la estación, cogimos un autobús para alojarnos en el Cosmos, un gigantesco hotel lleno de prostitutas y tragaperras. Nos desplazábamos por la capital en taxis mugrientos, con los asientos agrietados y olor a berza. La ciudad parecía un gran bazar con mercados donde se vendían todo tipo de productos de contrabando. Las tiendas oficiales no tenían existencias y los dependientes ni siquiera se molestaban en atender. Todos los hombres y mujeres en la calle llevaban bolsas y un fajo de billetes en sus bolsillos. Era para comprar cualquier mercancía previa cola en la que había que esperar un largo rato. En una de ellas, un hombre me dijo que estaba allí para hacerse con una caja de bombones.
Había ancianas, sentadas sobre cajones de madera, vendiendo media docena de zanahorias o un par de patatas. Y en un mercado, las carnicerías ofrecían un género que en España se hubiera arrojado a los perros. Me llamó la atención que cerca de la galería Tetriakov había bloques en construcción donde no se veían obreros. Alguien me apuntó que el absentismo impedía que las obras avanzasen. Un guardia nos ordenó que nos abotonáramos la chaqueta cuando fuimos a visitar la momia de Lenin. Los restaurantes de la calle Arbat también estaban vacíos. Fuimos andando por un barrio de pequeñas casas de madera y, de repente, nos encontramos frente a una estatua de Pushkin.
A San Petersburgo llegamos tras atravesar en el ferrocarril una llanura que parecía no tener fin. Recorrimos las avenidas por donde había paseado Dostoievski y entramos en un bar donde se podía beber cerveza. El hotel, situado junto al Báltico, estaba cerca de enormes bloques de minúsculas viviendas en las que los ascensores estaban estropeados y los portales, cochambrosos. Unos soldados pedían limosna. Un ruso que sabía castellano nos dijo que el comunismo duraría muchas décadas más y que era imposible que hubiera un golpe de Estado. Un año después, Gorbachov cedía el poder a Yeltsin y la Unión Soviética se derrumbaba como un castillo de naipes. Tal vez lo que está pasando hoy tenga mucho que ver con aquello que pasó hace 30 años.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete