Nemesio Fernández Cuesta
El petróleo en su laberinto
Biden puede llevarnos a un callejón sin salida, con los sauditas alimentando la tensión en el mercado y los rusos, sentados en la mesa de la negociación nuclear con Irán, interesados en que Occidente pague un alto coste por su apoyo a Ucrania
El mercado del gas necesita tiempo
Nemesio Fernández Cuesta
Los confinamientos de la pandemia supusieron un drástico recorte del consumo de petróleo en el primer semestre de 2020. Cuando en la segunda mitad del año el consumo empezó a recuperarse, la OPEP, en connivencia con Rusia, estableció un techo de producción siempre inferior a ... la demanda. El primer efecto fue la reducción de los stocks acumulados y el segundo una progresiva subida de precios. El petróleo, que empezó el año 21 cotizando a 50 dólares por barril, lo terminó a 70, con picos por encima de 80 durante el último trimestre del año. El inicio de 2022 no supuso cambio alguno en la política de la OPEP, y primero la amenaza y después la trágica realidad de la guerra en Ucrania terminaron por disparar el precio del petróleo en el mercado internacional.
Rusia exporta siete millones de barriles diarios de petróleo crudo y productos petrolíferos, para abastecer un mercado mundial de unos cien millones de barriles diarios. Su desaparición brusca desataría una notable crisis. La respuesta inicial del mercado consideraba la posibilidad de un embargo por parte de Europa y Estados Unidos a las exportaciones rusas. Una vez confirmado que Europa no puede, y por tanto no quiere, prescindir del suministro ruso, el precio del barril, que llegó a los 130 dólares, se ha situado, en los primeros días de abril en 105. La incógnita por despejar es el impacto de las sanciones financieras en la capacidad exportadora rusa, que puede ser importante y que algunas fuentes calculan en unos tres millones de barriles diarios. Fletar el transporte y, sobre todo, asegurar la carga, requiere la colaboración de un sistema financiero internacional al que Rusia no tiene hoy acceso. Sólo economías como China y quizás India pueden permitirse la independencia financiera necesaria para comerciar con Rusia.
Llenar el vacío parcial dejado por Rusia no es fácil. La primera opción sería la propia OPEP, que cuenta con mas de tres millones de barriles diarios de capacidad de producción adicional disponibles, pero en la última reunión del pasado 31 de marzo se ha reafirmado en su política, aprobando para mayo un ligero incremento de producción de cuatrocientos mil barriles por día. Las relaciones de Arabia Saudita y sus aliados con Estados Unidos no están en su mejor momento. Reclaman al gobierno norteamericano más y mejor ayuda en materia de seguridad ante la proliferación de ataques con misiles procedentes de Yemen por parte de las milicias hutíes, apoyadas por Irán. Estados Unidos, para mayor disgusto árabe, ha reabierto la negociación nuclear con Irán. Un posible acuerdo permitiría a este país poner un millón de barriles diarios más en el mercado, hoy indisponibles por las sanciones norteamericanas, pero son dos caminos contrapuestos. El enfrentamiento entre Irán y Arabia Saudita obliga a elegir. La zafiedad de Trump permitía tenerlo claro. La sofisticación de Biden puede llevarnos a un callejón sin salida, con los sauditas alimentando la tensión en el mercado y los rusos, sentados en la mesa de la negociación nuclear con Irán, interesados en que Occidente pague un alto coste por su apoyo a Ucrania.
Otra iniciativa americana para suplir el suministro ruso ha sido aliviar la tensión con Venezuela. Antes de Chaves, la producción venezolana superaba los tres millones de barriles diarios. Hoy apenas llega a medio millón. Levantar las sanciones puede incrementar la producción, pero queda la duda sobre el deterioro de unas instalaciones carentes de inversión durante años y la falta de personal cualificado, protagonista del masivo éxodo hacia los países vecinos en búsqueda de una mejora de su situación económica.
La última variable es la decisión del gobierno de Estados Unidos de vender 180 millones de barriles de sus reservas estratégicas, equivalentes a un millón de barriles diarios durante seis meses, quizás acompañadas por operaciones similares por parte de otros países miembros de la Agencia Internacional de la Energía (AIE). Son reservas que si se venden hoy habrá que reponer mañana. Es posible que el saldo financiero neto sea positivo -se vende hoy caro un petróleo que se compró barato y que dentro de un tiempo se podría reponer a un precio inferior al de venta- pero aumenta la vulnerabilidad de los países que reducen sus reservas. Estados Unidos, autosuficiente gracias al fracking, puede permitírselo, pero Europa no debería.
A corto plazo, las cifras no cuadran y el petróleo seguirá caro. A medio plazo, los altos precios deberían retraer la demanda e incrementar la oferta. Para ello, las compañías petroleras internacionales deberían aumentar sus inversiones en exploración y producción, pero las restricciones impuestas por gobiernos y entidades financieras para reducir emisiones les obligan a redirigir sus recursos hacia una energía libre de carbono. A largo plazo será una decisión beneficiosa, pero en el camino sufriremos el creciente poder de mercado de la OPEP.
Nemesio Fernández Cuesta es técnico comercial y economista del Estado, ex secretario de Estado de Energía .
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