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Vidas ejemplares

Pablo y su carcoma

El coche oficial y las bravatas camuflan que es un personaje ya a la baja

Luis Ventoso

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Se trata de un fenómeno que se repite en la historia y que podríamos denominar «El efecto final del Imperio romano». Un país -o un partido, o una empresa, o un líder- arrastra contradicciones y problemas tan severos que en realidad la corrosión interna es ... enorme, hasta el punto de que el ocaso resulta inevitable. Pero en lugar de ver la realidad que tenemos ante nuestras narices, los observadores coetáneos somos rehenes del espejismo de una imagen anterior, la de una aureola de gloria, y no vemos venir el batacazo. Cuando a comienzos del 395 muere el emperador Teodosio I el Grande, ningún ciudadano romano habría dicho que el Imperio ya albergaba la carcoma de su próximo resquebrajamiento. Pero así era. En sus estupendas memorias -y vaya mi gratitud permanente a mi amigo Varela, que me las regaló-, Stefan Zweig describe de primera mano el grato ambiente de ligereza que imperaba a comienzos de junio de 1914 en los bulevares europeos y las terrazas de los cafés. Nadie se habría creído que a finales del mes siguiente comenzaría la espantosa I Guerra Mundial.

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