Vidas ejemplares
No, esto no es Suiza
Vivimos en un país donde casi nada se hace acorde a lo previsto
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Iniciar sesiónNo se nos ha ocurrido idea más brillante que un cambio de domicilio de un barrio a otro de Madrid a finales de julio, cuando arde el asfalto. Como es notorio, las mudanzas son siempre aventura de riesgo, una situación de estrés que propicia fricciones ... entre las parejas (aunque el mayor desencadenante de rupturas y divorcios en el planeta supongo que deben de ser los mensajes de WhatsApp enviados al destinatario o destinataria equivocado). Sabedores de que la misión del traslado estival era liosa, la formidable organizadora germánica con la que vivo decidió planificarlo todo al milímetro ya con un par de meses de antelación. Ni así. Aquí nadie ha cumplido. Los de la mudanza acabaron retrasándola un día, el contrato del piso se firmó con jornadas de retraso, el mando del garaje no chuta y, por supuesto, el tipo de la subcontrata que tiene que venir a poner el wi-fi sigue ‘missing’, y mi temor es que no daremos con él ni con ayuda de la Interpol (un día alguien escribirá una tesis doctoral sobre por qué cuando contratas una línea todo son facilidades, mientras que los traslados se complican y darse de baja en esos gigantes tecnológicos es directamente un suplicio kafkiano). En paralelo, mientras sucede todo esto, se me ha ‘descangallado’ el teclado con el que normalmente escribo, de la marca de la manzana. He ido a comprarme otro y han tenido que pedirlo. Ha llegado rapidísimo, una semana antes de lo previsto. A lo mejor esas diferentes formas de trabajar explican por qué esa compañía va como un tiro y nuestro país no tanto.
España, extraordinaria en muchos aspectos, no es exactamente Suiza o Alemania laboralmente. La verdad -y esto nunca lo reconocerá el podemismo de guardia- es que imperan una dispersión y una informalidad desalentadoras. Casi nada se hace a la hora prevista. Las reuniones suelen empezar tarde, y una vez que arrancan se pierde muchísimo tiempo en zarandajas, divagaciones, culto lisonjero al líder y proyecciones chorras tipo PowerPoint, paripés con los que algunos simuladores laborales cubren las apariencias para ocultar que en realidad al final del día no aportan nada. En muchas oficinas la jornada laboral arranca con relajadas, joviales y extensísimas sesiones de charleta ante la máquina de café (o directamente en el bar). Creer que un albañil o un fontanero llegará a tu casa a la hora en que te dijo que llegaría es como pensar que el Rayo ganará la Champions. Pretender que los debates para tomar decisiones empresariales -o políticas- se hagan poniendo sobre la mesa cifras y datos concretos es más difícil que lograr que Sánchez no pite en la prueba del polígrafo. En España todavía prima el mítico ‘olfato’ del ‘súmmum’, que en realidad enmascara decisiones arbitrarias que atienden a un burdo «aquí mando yo». Se pierde el tiempo y en muchas organizaciones se abusa del presencialismo, porque todavía se mide al trabajador por cuántas horas calienta la silla y por su entrega en el pelotilleo, más que por sus logros. Solo con un poco de puntualidad y menos jarana laboral, España daría un llamativo estirón económico. Aunque entonces, claro… ya no seríamos nosotros.
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