Vidas ejemplares

La decisión de Idit

Sobre las personas ylos odios políticosnacionalistas

Idit Harel Segal, de 50 años, pelo largo, cara pálida, ojos expresivos y un pequeño pendiente en la nariz, vive en el asentamiento de Eshhar, al norte de Israel. Lo fundaron en 1986 judíos provenientes de Chicago. Son solo mil vecinos. Han sufrido presión y ... mantienen una fuerte ideología derechista-nacionalista-sionista, que ella comparte. Idit, tiene tres hijos, dos chicos de 23 y 15 años y una niña de 10. Pasado el ecuador de su vida, comenzó a obsesionarse con una frase que rumiaba su abuelo, superviviente del Holocausto: hay que pasar por el mundo haciendo algo significativo. Así que decidió inscribirse en el programa israelí de donantes y dar uno de sus riñones. «Quería hacer algo grande. ¿Y qué hay más grande que salvar una vida?». En su familia se armó la de Dios. Su marido Yuval la amenazó con el divorcio. Su padre le retiró la palabra por arriesgar «gratuitamente» su vida. Pero todo eso no fue nada comparado con lo que vino luego: el receptor del riñón de Idit resultó ser un niño palestino de tres años, vecino de Gaza, que había nacido con un problema congénito que lo mantenía atado a la diálisis. Fue el acabose en una casa con tres familiares muertos en atentados palestinos.

El niño no pudo recibir un órgano de sus familiares por incompatibilidades. Para mejorar su posición en las listas israelíes, su padre, un taxista de 31 años, dio uno de sus riñones a la donante. La triple intervención tuvo lugar en un hospital cercano a Tel Aviv, durante una tregua de los últimos bombardeos. La mujer israelí visitó en su habitación al niño y a su madre, una abogada. Cuenta que le acarició la cabeza, comenzó a cantarle nanas en hebreo y a la tercera se quedó dormida. Cuando despertó -confiesa- se preguntó qué hacía allí con aquellos palestinos. Más tarde se encontró con el padre en la máquina de café. Lo invitó a una galleta. Charlaron. «Tenía un sentido del humor buenísimo. Era como un niño grande». La mujer pensó: «¿Por qué tienen que ser las cosas así?». Mientras estaban en el hospital, bombardeos israelíes destruyeron la casa de los palestinos.

Su familia la ha perdonado. Sus hijos la pintan como una heroína. Su padre ya le habla. Ella sigue sintonizando con la derecha dura israelí: «Creo que los palestinos tenían que haberse ido en 1948. Aunque ahora ya no sea realista». Le enoja que «para los dirigentes palestinos todos somos asesinos» y lo mal que habla de Israel la prensa internacional. Pero nada de eso no interfiere en su decisión: «Mi donación fue personal, no política. La noticia de quién recibía el riñón no me hizo dudar un minuto y no hay día que no esté feliz por haber salvado a aquel dulce niño».

Benjamin Constant de Rebecque, el fascinante liberal francés muerto en 1830, fustigaba al zote del abate Malby señalando que «él quiere que el individuo sea esclavo para que el pueblo sea libre». Constant consideraba que «nuestra libertad debe consistir en el goce apacible de nuestra independencia privada». El mundo es mejor con menos orejeras dogmáticas-nacionalistas-infalibles. Cuando las personas se miran, o se toman un simple café.

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