El ángulo oscuro
Un desvío muy menor
El Gran Inquisidor siempre acaba cobrando por los servicios prestados
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Iniciar sesiónCon esa cara de Wim Wenders modosito pasado por el tinte que pone cada vez que le hacen una pregunta con olor a cadaverina, Salvador Illa ha comentado que los casi veinte mil muertos supletorios que el Instituto Nacional de Estadística ha añadido a las ... cifras oficiales de víctimas del coronavirus son «un desvío muy menor».
Hay un cuento de Julio Cortázar titulado «Texto en una libreta», tan desasosegante como casi todos los suyos, en donde se comprueba que el número de pasajeros que entra y sale del subte de Buenos Aires no coincide, por un desvío muy menor de tres o cuatro pasajeros. Las autoridades aducen entonces que se han cometido algunos errores de cálculo; y ni siquiera excluyen, para explicar esta desaparición repentina de pasajeros, «una especie de desgaste atómico previsible en las grandes multitudes». También en España, para explicar ese desvío de veinte mil muertos, tenemos nuestra solución mágica, que el doctor Simón en su día atribuyó a un hipotético «accidente de tráfico enorme», mucho más imaginativa y abracadabrante que la propuesta en el cuento de Cortázar.
Pero Illa y el doctor Simón, cuando califican de «desvío muy menor» esa mortandad inmensa no computada, o la atribuyen mágicamente a un «accidente de tráfico enorme», no lo hacen por opacidad. Illa y el doctor Simón echan a barato esa mortandad ingente porque desean conceder a los españoles esa ingenua felicidad que el Gran Inquisidor de Dostoievsky concede a sus sometidos, para poder apacentarlos amorosamente, mientras se divierten como niños. Saben que el españolito apóstata y la españolita empoderada esconden el pecado de dejar morir a sus padres como perros sarnosos en esos modernos morideros llamados residencias, en donde los metieron para poder «vivir su vida» tranquilos; y saben también que basta no recordarles la muerte de sus padres para que se sientan aliviados, incluso eufóricos, porque ahora que los viejos están en el hoyo, los hijos tocan a más bollo. Illa y el doctor Simón se hacen responsables, como el Gran Inquisidor de Dostoievsky, del pecado de los españolitos que dejaron morir a sus padres, para que a cambio los españolitos les profesen un amor infantil y los miren como bienhechores, y ya no tengan secretos para ellos.
Toda esa mortandad de los morideros llamados residencias desaparece de las conciencias de los españolitos con tan sólo dejar de mencionarla. Por eso Illa y el doctor Simón los computan como un «desvío muy menor»; porque saben que, ojos que no ven, corazón que no siente y votito a piñón fijo en la urna. Y para cuando pase la plaga, están haciendo una ley -previsores que son- de matarile eutanásico que mantendrá ese «desvío muy menor», para felicidad ingenua del españolito apóstata y la españolita empoderada que quieren «vivir su vida» tranquilos… hasta que el matarile les toque a ellos (cuando su voto ya no haga falta, porque se ha asegurado el reemplazo). El Gran Inquisidor siempre acaba cobrando por los servicios prestados.
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