La Tercera
Termópilas 2022
«Putin ordenó la invasión de Ucrania convencido de que iba a ser un paseo triunfal, con un objetivo honorable: salvar a sus habitantes de los nazis y el nazismo, algo que no se le ocurrió a Jerjes. Pero desde el primer día se vio que algo no encajaba. La resistencia era cada vez mayor tanto en las ciudades como en el campo, y la caravana de tanques, vehículos blindados, camiones, piezas artilleras que debían tomar Kiev, se ha quedado en buena parte en aquellas carreteras»
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Iniciar sesiónEL ‘rapto de Europa’, una joven desnuda sobre las astas de un toro embravecido, no es un mito más de la antigüedad. Responde al ansia de Asia por engullir Europa, geográficamente su península más occidental. Para eso hay que remontarse al paraíso bíblico, Mesopotamia, ‘país ... entre ríos’, rico y próspero por tanto, cuna de una de las civilizaciones más antiguas, la caldea, y habitada por los medos y los persas, que hoy corresponde a Irán. Los jardines colgantes de Babilonia eran una de la maravillas de mundo. Su expansión hacia el Mediterráneo, el ‘mar en medio del mundo’, fue rápida, lo que les convirtió en navegantes y comerciantes, así como los llevó a chocar con los pueblos ribereños conforme se consolidaba su imperio medo-persa, Grecia entre ellos, que no existía como tal, al estar constituida por ciudades independientes. Atenas y Esparta eran las principales, y de ahí que las guerras con ellos se llamaran médicas. Hubo varias, de distinta suerte, pero al final los griegos, juntos o separados, lograron seguir siendo independientes. De haberse rendido, pertenecerían hoy a Oriente y no hubieran podido transmitir al resto del Mediterráneo su cultura, cuyo bien más preciado es la democracia, es decir, el gobierno del pueblo, no del tirano, como se llamaba entonces al dictador de turno.
El primer intento de apoderarse de Jonia, como se le llamaba entonces, lo hizo Ciro, rey de Persia, y duró poco, tras comprobar que aquellas tribus eran duras de pelar, por lo que las guerras medas no empiezan realmente hasta Darío, el nuevo rey persa, hacia el año 590 a.C., que se dispuso a reducir la rebelde península. Sin mucha suerte, porque en su primer encuentro con los atenienses es derrotado. A su muerte le sucede Jerjes, dispuesto a vengar tantas derrotas del gran imperio de aquellos tiempos. Para lo que se necesitaba hacer las cosas bien, esto es, procurarse tanto un ejército como una flota formidables. Y aquí me permitirán ustedes una breve digresión.
Desde que Plutarco tuvo un éxito editorial que llega a nuestros días con sus ‘Vidas paralelas’, comparando personajes y situaciones, tales paralelismos son una de las aficiones preferidas de los historiadores profesionales y aficionados. Como me encuentro entre los segundos, llevo días intentando encontrar similitud a la situación actual, sin encontrar otra mejor que aquel momento de la historia de Europa y Asia, para compararlo con el actual, aunque puede acabar de forma distinta. Pero las circunstancias son bastante parecidas.
Estábamos con los preparativos de Jertes para la gran campaña, que le llevaron cuatro años, y da miedo sólo enumerar las cifras. Corre el 481 a.C. y Herodoto cuenta con un ejército de dos millones y medio de hombres, más una flota de 1.200 naves. «Cuando se paraban a beber -sigue el primer historiador-, los ríos se secaban». En las Termópilas, aquel desfiladero de Tesalia por donde tenía que pasar el ejército persa, conducido por el propio Jerjes, se atrincheró Leónidas con sus 300 espartanos -repito, son las cuentas de Herodoto, que yo tomo de Indro Montanelli en su ‘Historia de los griegos’-, dispuestos a impedirles el paso. La desproporción de fuerzas era abismal. «Al disparar sus arqueros, tapaban el sol», cita la misma fuente. Al oírlo, los espartanos, a fin de cuentas también griegos, padres de la ironía, se cachondeaban: «Mejor. A nosotros nos gusta pelear a la sombra».
Pelearon con su proverbial fiereza, deteniendo el avance ayudados por la angostura del paso y haciendo barricadas con los cadáveres de los invasores. Para el desenlace tengo que hacer una advertencia: si los persas pasaron, dice una versión, fue gracias a la traición de un local que les enseñó el camino, rodeando el monte, para encerrar a los espartanos en el desfiladero, donde todos murieron matando, excepto uno al que Leónidas encargó informar al resto de los griegos de lo ocurrido. Eran algo más de 42 kilómetros, que recorrió lo más rápido posible. Llegó a Atenas extenuado y, apenas pudo dar su mensaje, murió. En su honor se ha incluido la maratón en las Olimpiadas.
Puede haber en ello tanta o más leyenda que realidad, aunque tampoco era necesaria: la diferencia de fuerzas hacía inevitable que más pronto que tarde los espartanos tenían que sucumbir. Habiendo cumplido con su deber, ya que al detener a los persas durante algunas jornadas permitió a los atenienses y demás griegos, que habían visto las orejas al lobo, organizar la contraofensiva. Por fortuna, tenían al hombre ideal: Temístocles, que aparte de un excelente político era un gran militar. Así que decidió dar la batalla no en tierra, sino en la mar, su segunda patria. Concretamente, en Salamina, Los persas perdieron doscientas naves; los griegos, cuarenta. Las pérdidas humanas fueron aún mayores, ya que los griegos sabían nadar, mientras que los persas se ahogaron todos. Jerjes lo presenció impotente desde tierra.
Pudo tomar y saquear alguna pequeña ciudad de aquellos alrededores, pero la batalla decisiva se libró poco después en Platea, entre las tropas aliadas griegas, unos 10.000, mandadas por el general espartano Pausanias, y los restos del ejército persa, varias veces superior en número. No hubo color. «Otra vez -escribe Montanelli- los griegos se salvaban a sí mismos y salvaban a Europa» (cito de memoria).
¿Exagero al establecer un paralelismo entre las guerras médicas y la de Putin? Posiblemente, aunque veo más semejanzas que diferencias, al menos de entrada. En la comparación de fuerzas, son infinitamente mayores las rusas que las ucranianas. Putin ordenó la invasión de Ucrania convencido de que iba a ser un paseo triunfal, con un objetivo honorable: salvar a sus habitantes de los nazis y el nazismo, algo que no se le ocurrió a Jerjes. Pero desde el primer día se vio que algo no encajaba. La resistencia era cada vez mayor tanto en las ciudades como en el campo, y la caravana de tanques, vehículos blindados, camiones, piezas artilleras que debían tomar Kiev, se ha quedado en buena parte en aquellas carreteras.
Comenzó un nuevo tipo de combate, artillero, aéreo, con misiles. Y tanto o más contra la población que contra el enemigo. También se han limitado los objetivos: ahora se trata de asegurar la región del Dombass, con sus dos provincias declaradas independientes, así como cerrar a los ucranianos la salida al mar, concretamente el puerto de Odesa.. No se distinguen combatientes de civiles. Hay ciudades -Bucha, Mariúpol, Kramatorst- que unen su nombre a Hiroshima y Nagasaki. Se dispara contra los que escapan y contra los que se quedan, a viejos y a niños, a mujeres y no digo a hombres, porque todos están con un fusil o bazuca en la mano. Aunque las mujeres tienen reservado el horror especial de estas situaciones: el Gobierno ucraniano denunció violaciones de soldados rusos en zonas ocupadas, concretamente niñas y adolescentes. El propio Putin ha terminado por reconocer que estaba perdiendo esa guerra al nombrar comandante en jefe del Ejército ruso en Ucrania al general que mandó sus tropas en Siria frente a los sublevados contra los Assad. Su estrategia fue acabar con ellos destruyendo sus casas, como hizo en Alepo. Lo que están haciendo en Ucrania.
PD. Sánchez ha decidido visitar Kiev. Mientras Urkullu, que apoya su Gobierno, compara la situación vasca con la ucraniana. ¿Quién es más cínico?
José María Carrascal es periodista
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