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La Tercera

Pan y circo judicial

«A los tribunales populares jamás les gustó la mesura. Tampoco las formas. La solemnidad para ellos es una liturgia en chándal y de andar por casa o, si se prefiere, de casa en casa, que tanto monta. La pródiga cosecha de imputados apiolados por los veredictos de la turba puede servir de adorno o de decorado de algún programa de televisión y, en particular, de ‘telejusticia’, donde las conductas del prójimo se juzgan por zafios jueces de palo, pero jamás un referente de la justicia que, en cualquier supuesto, debe ser neutral, sosegada y fría»

Javier Gómez de Liaño

Lo dijo Beccaria hace más de doscientos cincuenta años en su magistral tratado ‘De los delitos y las penas’: «Un hombre no puede ser llamado reo antes de la sentencia del juez, ni la sociedad puede quitarle la pública protección sino cuando esté decidido que ... ha violado los pactos bajo los que le fue concedida». Y lo ha dicho Manuel Marín en su columna del pasado 4 de agosto que tituló ‘Inocentes y miserables’: «Las condenas preventivas, las sentencias de plató y los juicios de telediario son un asco (…). Los juicios siempre llegan contaminados de prejuicios blindados y tecnicismos insufribles y caducos porque la hoguera hizo brasa mucho antes». O sea, algo parecido a lo que un día le dije a ese hombre bueno y justo que es Raúl del Pozo, de que nuestra España judicial es como un gran estrado donde unos haciendo de tribunal de la plebe, otros de jueces de horca, otros de fiscales de gallinero y el resto de abogados del diablo, juzgamos a todos y hasta los mandamos a la guillotina al estilo de los jacobinos comités de salud pública.

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