Tiempo recobrado
La Inquisición sigue entre nosotros
El movimiento independentista catalán es el verdadero heredero
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La Inquisición fue una institución que tuvo un papel central en nuestra historia a lo largo de más de cinco siglos. El teólogo catalán Nicolás Aymerich escribió su clásico Directorium inquisitorum en 1376, un texto pensado como un manual contra la brujería y las artes ... mágicas.
Aymerich, inquisidor de la Corona de Aragón, sostenía la tesis de que había una conexión entre los brujos y la herejía, de suerte que llegó a la conclusión de que quienes desobedecían los mandatos de la Iglesia eran adoradores del diablo.
Pocos saben que la Inquisición fue abolida en España por Napoleón en 1808, adelantándose cuatro años a la Constitución de Cádiz que, tras un enconado debate, suprimió esa instancia secular. Fernando VII la restauró por un corto periodo, pero finalmente tuvo que abandonar su pretensión.
Por tanto, la Inquisición desapareció hace dos siglos de nuestras tierras, pero los hábitos y los prejuicios que generó su larga pervivencia entre nosotros siguen vivos. Y ello se nota en la actitud de los partidos y en el debate público, donde ese rescoldo de intolerancia y autoritarismo es fácilmente perceptible.
El movimiento independentista catalán es el verdadero heredero de aquella Inquisición de la España de los Reyes Católicos y nada más parecido a las actitudes de Torquemada que lo que hacen y dicen Puigdemont y Torra. Cuando sus partidarios agreden o insultan a los concejales no nacionalistas, cuando quieren imponer el catalán como lengua única, cuando arrojan tinta sobre quienes no piensan como ellos, cuando atentan contra las sedes del PP y Ciudadanos, están actuando con una mentalidad inquisitorial.
Pero los independentistas no son los únicos que practican esos métodos porque desgraciadamente hemos visto esas actitudes -salvando las distancias- en la política de pactos municipales. Hemos presenciado odios africanos, maniobras éticamente inaceptables y descalificaciones con un tufo a tiempos pasados.
No entiendo ni la superioridad moral de la que se arroga la izquierda para despreciar a sus adversarios de la derecha ni la negativa tajante de Casado y Rivera a permitir que Sánchez gobierne sin depender de ERC o el PNV. Detrás de ese rechazo irracional a pactar con el adversario, hay una añoranza de una pureza religiosa que tiene hondas raíces en el pasado. En España llegar a acuerdos con el que no piensa como uno es contaminarse.
Tampoco se acepta fácilmente la victoria del contrincante político como vimos el sábado en Pamplona, donde el candidato de Navarra Suma fue insultado y abucheado en claro desprecio a los resultados electorales.
Los analistas políticos nos han explicado quien ha ganado y quien ha perdido en el reparto de poder municipal, pero yo creo que todos han perdido porque no se ha pactado a favor sino en contra. Esto tiene mucho que ver con ese talante inquisitorial que demoniza al adversario y le niega sus derechos con el pretexto de salvar su alma pecaminosa. ¡Vaya país!
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