Columnas sin fuste
El honor
Frente a la guerra de sexos, D’Ors recuerda su «paz secreta»
Antes de que Simone de Beauvoir escribiera ‘El segundo sexo’, la condesa de Campo Alange escribió en España ‘La secreta guerra de los sexos’, un estudio sobre la situación de la mujer bajo el patriarcado. La pionera María Laffitte, que así se llamaba la condesa, ... recordaba en 1948 que incluso la maternidad tenía que recuperarla la mujer, pues hasta eso le arrebata el hombre, y mencionaba la costumbre o institución de la covada, consistente en que pasado el parto, la mujer se fuera a trabajar al campo y el hombre se metiera en la cama a recibir los honores y atenciones de la maternidad (la moderna baja masculina de paternidad, con la intención de ayudar a la mujer, parece un eco).
El libro sostenía que lo femenino estaba deformado por milenios de dominio varonil y, claro está, hubo respuestas. Eugenio D’Ors, que conocía a la condesa de su Academia Breve, dedicó al libro algunas glosas y en ellas propuso, frente a la guerra de sexos, las bases para una «paz práctica» entre ellos:
«Primera. La doble polaridad sexual no pertenece al puro resorte fisiológico, ni al psicológico, ni al sociológico. Pertenece al de la cultura (…). Segunda. A lo viril corresponde la relación del ser humano con las cosas (…). Tercera. A lo femenino corresponde la relación del ser humano con otro ser humano (…) Sexta. La paz establecida sobre estas bases ha de ser ‘secreta’, es decir, no puede formalizarse en constituciones o disposiciones legales más que, indirectamente y sin una sanción constrictiva que entonces no podría alcanzar a la zona personal, íntima». Séptima. El imperio ha de nacer aquí, por lo tanto, de la vigencia de la noción de honor. La deshonra -sanción de índole más bien estética que ética- ha de alcanzar a quien vulnera (…) la norma de su propio arquetipo».
Frente a la guerra de sexos, D’Ors recuerda su «paz secreta», que no hace descansar sobre elementos biológicos, sino todavía culturales (que hoy serían escandalosos). En el centro de esa relación coloca, como elemento fundamental, el honor. O lo contrario de la deshonra. Este ‘regulador’ de la intimidad entre sexos se ha olvidado.