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Genios

Salir de una granja y montar ese imperio amarillo no lo hace cualquiera

Ingvar Kamprad AFP
Luis Ventoso

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En una película menor del hoy acosado Woody Allen el protagonista baja al infierno. Allí ve a un pecador sufriendo terribles padecimientos y pregunta al diablo por qué ha sido condenado. "Es el inventor de los muebles de metacrilato", responde impertérrito Lucifer.

El sábado se ... murió a los 91 años Ingvar Kamprad, el inventor de Ikea, que pasó sus últimos días en Smaland, provincia de campesinos y lagos del Sur de Suecia, donde había nacido. Kamprad fue un genio, no hay duda, aunque tal vez le toquen unos días en el purgatorio antes de subir al cielo. Nada más admirable que las personas capaces de crear algo de la nada. Tal fue su caso. Nació en una granja y desde niño vendió cambalaches por el vecindario para ganarse unas coronas. A los 17 años, en premio por sacar los estudios adelante superando su dislexia, su padre le regaló un dinerillo, con el que fundó Ikea, las siglas de su nombre, su villa y su comarca. Era una empresa de venta por correo, que en origen despachaba medias, fósforos, postales, semillas, bolígrafos… Pero pronto se pasó a los muebles y en 1958 abrió la primera tienda Ikea. Tuvo tres grandes ideas: la simplicidad, con buen diseño a precio reducido; ubicar sus establecimientos en solares asequibles de las afueras; y abaratar sus artículos embalándolos en el menor volumen posible y obligando a sus clientes a ensamblarlos. Al ver a uno de sus dependientes retirando las patas de una mesa para meterla en un maletero, se le ocurrió que si se hiciese siempre así podrían empaquetar los muebles en cajas más pequeñas. Con esas fórmulas construyó su imperio amarillo: 412 tiendas en 49 países y 149.000 empleados, a los que inculcó una cultura de frugalidad y aparente buenrollismo.

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