Cambio de guardia
Maestros
‘Educación de sentimientos’es sólo un eufemismo de ‘corrupción de menor’
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Iniciar sesiónLeí la sinopsis del nuevo proyecto -otro más e igual de nulo- de ‘ley de educación’, que publicaba ABC el sábado. Avergonzado. Y puede, lo confieso, que esa vergüenza fuera sólo un atavismo: el del último de una vieja estirpe de maestros. Cuyo abuelo dirigió ... la Escuela Normal en la dorada Salamanca de Unamuno. Cuya madre fue -y lo fueron sus dos hermanas- jovencísima maestra en un pueblito de la serranía valenciana. Allí nací en el cincuenta. No había aún ‘profesores de EGB’, esa letal horterada. Sólo maestros. Lo más que se puede ser: el que enseña. La enseñanza les era una religión. A la cual juzgaban digno sacrificar todo. Vivían en el límite de la miseria: en esto España ha sido siempre idéntica a sí misma.
No había nada en aquel inicio de los años cincuenta. O sea, había todo: todo cuanto pudiera alzar el esfuerzo de una imaginación humana. Nada más que eso. Todo. Los libros -escasos, porque los familiares se perdieron en la guerra- iban llegando como tesoros: eran caros y se adquirían con sacrificio. Valían, pues. Infinitamente. Y allí, en Utiel, sin biblioteca pública, quince años antes de los estúpidos televisores, con cine sólo los sábados -no todos-, un niño de cinco años que lleva mi nombre descubre ensimismado a Richmal Crompton. Y uno de seis o siete, ‘La isla del tesoro’ de Stevenson. Y, enseguida, a la Alicia que atraviesa el espejo. Y queda hipnotizado por la mirada glacial de la ‘Reina de las nieves’ de Hans Christian Andersen: de esa hipnosis habrá de nacer, veinte años más tarde, cuanto él escriba. Y, en pésimas traducciones, relee sin parar esa ‘Ilíada’ y esa ‘Odisea’, sin las cuales la maravilla que acabaría siendo para él su amor absoluto por la filosofía no hubiera acudido a la cita nunca.
Todo lo que aspira a matar esta ley: el placer de la lectura, el placer más intenso, el placer puro de la inteligencia, del conocimiento. Sin el cual todo placer naufraga. Como naufraga en lo más obsceno la turbia sentimentalización de los saberes que ofrece como programa una ley a la medida -moral como intelectiva- de sus redactores. ‘Educación de sentimientos’ es sólo un eufemismo de ‘corrupción de menor’. Corrupción intelectual. Mil veces más obscena que cualquier otra. A costa -porque el tiempo de clase es limitado- de lo que sea: literatura, como historia, como filosofía.
Y puede -puede- que mis colegas se enfaden. Pero a mí no me importaría nada que no se enseñara filosofía en la enseñanza media. Si el tiempo así ahorrado fuera ocupado en una lectura minuciosa de Homero y de Sófocles. Nada más. Epopeya y tragedia: nadie que haya leído ‘Antígona’ o ‘Ilíada’ y ‘Odisea’ podrá escapar ya a la red de esa ‘segunda navegación’ que, para Platón, ejercen los filósofos.
Pero Platón aprendió de un maestro ateniense: un tal Sócrates. Que no escribía, que sólo enseñaba. Ya no hay eso.
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