Cambio de guardia
La Eternulidad
Yo-el-Magnífico-Sánchez reitera oquedades vacías. ¿Será de verdad tan necio? Puede
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Iniciar sesiónEscucho al Doctor Sánchez en la radio. Virgen Santa, ¿cómo es posible ser tan necio? Las cifras de la pandemia ascienden. En contagios y en muertos. Nuevamente. En Europa, todos comienzan a tomar medidas. Y aquí, nuevamente, el Estado exhibe su teatral inexistencia: un cascarón ... vacío, pantalla de televisor a sueldo del impuesto ciudadano. Y, al cabo, alguien que ejerce mucho más de locutor que de presidente.
En el lugar de la paciente máquina de dictar medidas eficaces a cuya invención diera la edad moderna nombre de Estado, comparece un charlatán que verbaliza su acto heroico: convocar a las autoridades regionales para que sean ellas las que carguen con el esfuerzo de decidir las medidas; y con el coste de aplicarlas. Es el Estado sin Estado: cosmética a la cual hemos llamado, tan contentos, ‘Estado de las autonomías’. Y que ni es Estado ni sirve rigurosamente para nada que no sea multiplicar los sueldos de ganapanes sin más arte que el de doblar como es debido el espinazo ante el de arriba. Y esa cosa suicida funciona en tiempos normales, cuando basta la inercia administrativa y el respaldo de la UE para que algo indefinido aparente ser una nación. Y en tiempos de emergencia, se desmorona. Y nos borra a todos.
Que carguen con los muertos alcaldes y presidentes autónomos. Y quede para el Doctor Presidente la impagable tarea de hablar sin ton ni son, de sin ton ni son revolotear en el más caro de los aviones privados disponibles. Algo tendrá que hacer quien no hace nada, el pobre. Nada. Salvo mirarse al espejo. Sin ni siquiera atisbar en el espejo la sangrienta ironía del verso de Jules Laforgue: «Guardo luto por Yo-el-Magnífico». Pero el Doctor nada sabe de lutos. Y menos por su magnífico yo. Los muertos quedan para los subordinados: esos que «vivaquean -dice el poeta con uno de sus acrobáticos neologismos- bajo la celeste Eternulidad».
Alguna ventaja había de tener este abandono en nuestros atrincherados domicilios, al que nos ha reducido la ‘Eternulidad’ del Doctor Sánchez. A mí, al menos, me ha servido para rastrear esos recodos de la laberíntica biblioteca que fue velando el polvo, al costado de los maestros con más frecuencia visitados. Y para reconocerlos como maestros. Jules Laforgue, por ejemplo, tan demasiado joven muerto y tan cercano al colosal Mallarmé que hará brillar la tarea misteriosa del poeta como un «tomar o depositar, en silencio y en mano ajena, una moneda» ya roída por la herrumbre desde siempre: la lengua es eso. Y al eco elíptico, medio siglo más tarde, del Saint-John-Perse que cincela su escribir como un paciente empeño en ver destellar algo así «como esas grandes monedas de hierro que exhuma el relámpago».
Doctor en ‘Eternulidad’, que siervos y pantalla resuenan, Yo-el-Magnífico-Sánchez reitera oquedades vacías. Virgen Santa, ¿será de verdad tan necio? Puede.
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