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Fuera tiquismiquis vanos

PARA entender en todo su alcance esas declaraciones del ministro Caamaño en las que rechaza la posibilidad de que los médicos se nieguen a perpetrar abortos, atendiendo a razones de conciencia, convendría que afrontásemos en su cruda realidad lo que está sucediendo ante nuestros ojos. ... La «objeción de conciencia» es, en realidad, un mecanismo que el derecho arbitra en el instante en que ha dejado de ser verdadero Derecho (esto es, cuando ha renunciado a fundarse sobre un razonamiento ético objetivo en torno a lo que es justo e injusto), pero todavía titubea y quiere guardar -por escrúpulo- cierta apariencia de justicia. Así, por ejemplo, el derecho a la objeción de conciencia que se reconoce a quienes se niegan a empuñar un arma en defensa de su patria obedece al titubeo del derecho, que habiendo otorgado previamente cobertura jurídica a guerras injustas no se atreve sin embargo a obligar a quienes se hallan bajo su mandato a participar en ellas. Porque si el derecho fuese verdadero Derecho (esto es, si sólo justificase guerras justas), a quien se negase a empuñar un arma en defensa de su patria habría que castigarlo como traidor y cobarde. El derecho a la objeción se trata, pues, de un residuo de mala conciencia que subsiste en aquellos ordenamientos jurídicos que, albergando leyes inicuas, son sin embargo conscientes -hipócritamente conscientes- de su iniquidad, de la que no se atreven a hacer partícipes a quienes se hallan bajo su mandato; pero cuando se pierde conciencia de esa iniquidad, la objeción de conciencia se convierte en un tiquismiquis vano.

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