España, invitada a liderar
En esta serie han publicado ya Denis Macshane, José María de Areilza, Diego López Garrido, José Ignacio Torreblanca, Valentí Puig, Charles Grant, Jean-Pierre Filiu y Alberto Carnero
Hace tiempo que, dentro y fuera de nuestras fronteras, se demanda más política exterior, más España. Pero, ... ironías del destino, justo cuando encara citas decisivas como la del G-20 en Pittsburgh (EE.UU.), o la Presidencia de la Unión Europea en 2010, nuestro país ha perdido algo de su peso. Aunque nuestras multinacionales sortean la crisis, los males del mercado laboral, la innovación, o las universidades, pasan factura. La maldición de los recursos inmobiliarios lastrará nuestra salida de la crisis. ¿Quién es realmente la invitada a Pittsburgh? ¿La octava economía del mundo, o -en la desafortunada expresión del «Financial Times»- un «pig» (cerdo) comparable a Portugal, Italia, y Grecia?
El bajo gasto en Defensa -seguimos los quintos de Europa y bajo sospecha (Sarkozy) de gorrones- se compensa en parte gracias a un Ministerio hoy abiertamente europeísta. Un espectacular esfuerzo en misiones de paz o humanitarias, nos ha llevado en apenas dos décadas a decenas de escenarios difíciles como Bosnia, Indonesia, o el Líbano, y, recientemente, a superar el tabú de los 3.000 activos desplegados. Sin embargo, este Gobierno (y la sociedad) aún se muestra timorato a llamarle a la guerra por su nombre, y a poner bajo fuego a sus tropas (en Afganistán, por ejemplo).
Sabemos del prestigio que otorga el incremento español en Cooperación al Desarrollo y en las iniciativas contra el Hambre; hay, en cambio, serias dudas sobre los resultados. El fetiche del 0.7 % del PIB no puede ocultar que los Objetivos del Milenio se van alejando en el horizonte. ¿No sería mejor optar por otro modelo de Desarrollo más potente, coordinado a nivel de la UE, y centrado en la integración regional en América Latina y en África? Respecto a nuestra política de derechos humanos, ésta resulta tan discreta, que a menudo se confunde con una versión descafeinada del diálogo intercultural. Los atropellos a las libertades se nos quedan demasiado grandes, y -quizá por nuestra propia experiencia de transición suave desde la dictadura- aplicamos una misma prudencia a casos muy diversos, desde Marruecos o Cuba, a China o Rusia.
Nuestro desmejorado aspecto se nota menos porque los socios europeos también han adelgazado, o dan mal ejemplo. España no daña más la proyección exterior de la Unión, ni se aísla más, con, por ejemplo, su no reconocimiento de Kosovo, que los británicos con su rechazo del euro; que Alemania con su pacto secreto energético con Rusia; o que Francia con la Política Agrícola Común. No es que España no cuente: es que nadie cuenta con nadie. Sin embargo, este Gobierno está desperdiciando una ocasión de liderazgo, en un momento de vacío europeo y mundial, donde Obama está solo. ¿Cómo maniobrar de aquí a la Presidencia de la UE, y más allá? Primero, sería bueno aprovechar nuestra presencia en el G-20 para fortalecer el papel de la UE en los foros globales. Cada vez es menos lo que España puede hacer, o influir, en solitario, y es preciso actuar en consecuencia: poniendo todo el capital político en ello. Si se quiere hacer de la UE un actor de la gobernanza global, entonces tendría sentido coliderar un gran Plan de Política Exterior Europea, que identifique los objetivos comunes de la Unión y establezca una división del trabajo eficaz para armonizar las prioridades de sus principales socios. A corto plazo, que el Tratado de Lisboa salga adelante es de interés nacional: también lo es la batalla por un presidente para Europa que merezca tal nombre. Pero tampoco nos basta un segundo plano en iniciativas para Afganistán, Irán, Oriente Medio, o de reforma de Naciones Unidas.
Segundo, podría mejorarse la comunicación. No se percibe suficientemente el esfuerzo español, allí donde éste existe, y quien tiene que hacerlo visible es el propio presidente. En el ámbito internacional, Zapatero no ha aprovechado aún lo suficiente su buena imagen, ni ha aplicado su habilidad doméstica para vender grandes mensajes.
Tercero, hay que abrir canales entre los Ministerios de Exteriores y Defensa, y éstos con presidencia, hoy bloqueados por una relación personalista por parte del palacio de La Moncloa. Muchos diplomáticos de élite agradecerían que en Exteriores se pudiera pensar más, aun a costa de viajar menos, y que nuestro presidente viajara más y pensara con los demás. Si nos ponemos a la vanguardia de la construcción del Servicio Exterior Europeo, sería posible desmantelar a medio plazo el anticuado aparato diplomático español, hoy objeto de una tímida reforma. A ver si, de paso, acabamos con una desidia compartida por el Partido Popular.
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