Errores sobre la democracia liberal
Si la democracia liberal es el mejor, o el menos malo, de los sistemas de gobierno, su corrupción será la peor. Y esta corrupción procede la mayoría de las veces más de sus extraviados partidarios que de sus enemigos. En realidad quizá no se trate ... de auténticos partidarios sino, más bien, de defensores de otro tipo de democracia opuesta a ella, antiliberal y radical. Pues la democracia es condición necesaria, pero no suficiente de la libertad política. Es posible una democracia antiliberal y totalitaria. Nunca está de más repasar algunas de las desviaciones y tergiversaciones de la democracia liberal que pueden acabar por adulterarla y ponerla en peligro de extinción.
El procedimiento democrático de toma de decisiones y los derechos de participación política y de libertad de opinión y crítica entrañan en sí mismos un valor moral, pero las decisiones democráticas son expresión de la voluntad de la mayoría y no representan, en ningún caso, ninguna superioridad moral. La democracia no dirime cuestiones morales, estéticas, científicas o religiosas. La opinión de la mayoría no es más acertada o noble que la de los mejores, que suelen ser siempre pocos. La cualidad no es privilegio del número. La democracia, fuera de la política, sí es, como dijo Borges, un abuso de la estadística. La democracia tiene su lugar natural y exclusivo en la política. Fuera de ella, en los demás ámbitos de la vida social, en casi todo lo que más importa, la democracia se convierte en una patología social, que nace del resentimiento y conduce al envilecimiento.
La democracia liberal es incompatible con los procedimientos de acción directa en la vida política. Existe una tendencia a pensar que la soberanía popular entraña la soberanía de cada uno de los ciudadanos, que, lógicamente, aspirarán a que cada una de sus demandas sean satisfechas por el Estado. Esta tendencia abusiva produce, a la vez, dos efectos antagónicos, ambos indeseables: el crecimiento del poder del Estado y la propensión al desorden y a la anarquía. La soberanía popular no entraña la del individuo ni la de los grupos sociales. El mal entendimiento de la democracia suele llevar a pensar que todos tienen derecho a todo. Se colapsa el ámbito de los derechos y se desvanece el de los deberes.
La democracia liberal insiste, sobre todo, en la necesidad de fragmentar y dividir el poder. Los beatos de la democracia radical tienden a pensar que como el pueblo no puede hacerse daño a sí mismo, un gobierno popular no tiene por qué ser limitado, pues eso entrañaría además la existencia de una instancia por encima del pueblo. Bien es verdad que esta actitud suelen exhibirla cuando gobiernan ellos o quienes tienen sus mismas ideas. Los adversarios, normalmente, ni siquiera son auténticos demócratas. Si se elimina el sistema de frenos y contrapesos al poder, la libertad política se desvanece. No existe ningún poder que no deba ser puesto bajo sospecha. Incluido, por supuesto, el que se nutre de las urnas.
Precisamente porque la democracia es el único sistema legítimo en nuestro tiempo, instituciones como la desobediencia civil deben ser administradas con el carácter más restrictivo. Sólo por razones morales auténticas, y no por la mera opinión acerca de la injusticia de alguna ley o decisión del Gobierno, puede ser legítimo incumplir la ley. Sorprende contemplar cómo los más fervientes demócratas exhiben la más fantástica agilidad para saltarse las normas aprobadas democráticamente. Será tal vez porque consideren que democrático es sólo aquello que coincide con su opinión o su voluntad particulares. Estas son algunas de las traiciones a la democracia liberal. Pero hay más. La más patente y salvaje de todas ellas es la de quienes aspiran a imponer su criterio particular mediante la violencia. Pero aquí nos situamos fuera de los límites de la democracia liberal para adentrarnos en el ámbito de la psicopatología política.
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