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A las órdenes de su Majestad

Desde una perspectiva institucional, Don Juan Carlos sabe mejor que nadie que ahora le corresponde ponerse al servicio del Rey con disciplina y comprensión hacia sus decisiones

Editorial ABC

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El inminente retorno temporal de Don Juan Carlos después de dos años residiendo en Abu Dabi no puede convertirse en un argumento de fractura social entre monárquicos defensores de su figura y republicanos de salón sentados en el Consejo de Ministros jaleando la desaparición de la Corona. En buena lógica, el regreso de Don Juan Carlos debe observarse bajo la evidencia de alguien investigado a fondo durante dos años, y sin una sola causa penal en su contra, que legítimamente ha pactado con su hijo, el Rey, las condiciones y el momento de esta visita a España. No es preciso interpretar demasiado. El propio Don Juan Carlos ya lo resumió en la carta que envió a Don Felipe meses atrás, expresando su voluntad de pasar algunos periodos de tiempo en España, y hacerlo además sin interferir en las prioridades de la Corona y sin generar ningún tipo de perjuicio a la institución.

Es comprensible que este regreso genere expectativas, incluso de orden político e ideológico, especialmente para un sector exaltado de la izquierda experto en convulsiones y empecinado en demoler las bases de nuestra Monarquía parlamentaria. Pero será un error no considerarlo como algo lógico que antes o después debía producirse, por todo lo bueno que ha supuesto Don Juan Carlos para nuestra historia, y porque su familia está en España y tiene todo el derecho a verla, y a moverse en libertad como y cuando quiera. Dos años sin venir a España han sido demasiados. Más aún, cuando Don Juan Carlos ha regularizado con Hacienda toda su maraña de negocios turbios, y cuando jamás le ha sido imputado ningún delito por ello.

Además, desde una perspectiva institucional, es evidente que Don Juan Carlos ha asumido que en este momento de su vida le toca ponerse a las órdenes del Rey, su hijo. Con disciplina, con comprensión hacia su papel y sus decisiones, con elegancia, y entendiendo que si Don Felipe considera preferible por caso que Don Juan Carlos no pernocte en La Zarzuela será porque existen fundadas razones institucionales para ello que el Rey quiere proteger. Habrá quien no lo comparta, quien lo considere injusto o quien estime que de algún modo se infravalora la visita del Emérito, pero si Don Felipe lo acuerda de ese modo, debe respetarse su decisión porque habrá calibrado con toda prudencia qué es lo mejor para la fortaleza de la Monarquía en estas circunstancias. Tiempo habrá de nuevas visitas a España y tiempo habrá de que la inusitada expectación que provoca este viaje se diluya en una futura rutina, sin que cada gesto, cada mirada, o cada paso de Don Juan Carlos tenga que ser sometido a un escrutinio tan sobredimensionado e interesado contra la Corona.

La exigencia de buena parte de la izquierda resentida para que Don Juan Carlos ni siquiera pise La Zarzuela carece de lógica y sentido. Lo hará si Don Felipe lo estima oportuno. La cuestión de fondo es que Don Juan Carlos se reencuentre con su hijo, que hablen cara a cara y guiados por una conciencia común sobre su responsabilidad y su prioridad: proteger a la Corona, su imagen y reputación, su transparencia y su presencia en la vida de los españoles. Todo lo demás durante la visita será simbólico y relevante, desde luego, pero secundario. A fin de cuentas, va a ser un reencuentro físico a las órdenes de su hijo, con su familia y con sus amigos, y un reencuentro emocional con muchos millones de españoles que desean pasar página de aquella oscura etapa de irregularidades que le forzó a salir de España de una forma tan inopinada.

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