Cuestión de supervivencia
El auge de los nacionalismos crea problemas artificiales que impiden solucionar las amenazas reales
La raza humana necesita tres elementos para sobrevivir: agua dulce, oxígeno y comida. Sin embargo, el Estado encuentra contaminación en el 43 por ciento de las aguas de río, la OMS sostiene que el 82 por ciento de la población respira aire sucio, la ONU ... cree que el 33 por ciento del suelo está degradado y el Instituto de Ciencias del Mar calcula que ocho millones de toneladas de plástico van al océano cada año. No son previsiones, son cifras que empeoran cada año. Ésta es la triste herencia que vamos a dejar a nuestros hijos y nietos.
Las consecuencias parecen lejanas pero están cada vez más cerca. En 2017 el Departamento de Seguridad Nacional incluyó la pérdida de la riqueza natural entre sus ámbitos con un razonamiento muy simple. Cuanto menos sea el agua potable y mayor la degradación de la tierra, más crecerán la inseguridad alimentaria y los problemas de salud. Y con ellos aumentarán las tensiones sociales, la radicalización del terrorismo, las migraciones masivas y los conflictos por los recursos naturales.
La degradación del medio ambiente es una amenaza real para la vida, pero vivimos de espaldas a ella. El auge de los nacionalismos ha creado problemas artificiales que impiden que los líderes políticos se sienten a resolver los desafíos reales, como éste. La semana pasada, una carta escrita por niños de cinco años del colegio La Navata (Galapagar) se convirtió en noticia. Pedía a los jefes de Gobierno de once grandes países que actúen para que los plásticos no acaben en el suelo ni en el mar. No utilizaba datos de impacto como la BBC en el documental «Drowning in plastic» sino un simple ruego. «Así no contaminaremos el planeta y los animales no se extinguirán». Emmanuelle Macron no tardó en contestarles. Después, Pedro Sánchez. Algo falla cuando nos sorprende que niños de cinco años sean conscientes de la insostenibilidad de nuestro sistema. Enfrascados a diario en Cataluña, el Brexit o el muro de EE.UU. con México se nos olvida el gran problema del futuro: solo tenemos una Tierra y vamos camino de agotarla.
La solución que piden estos pequeños no es tremendista ni descabellada. Ahí tienen a la Reina Isabel II de Inglaterra retirando las botellas, pajitas y vajilla de plástico de su residencia. El fin del usar y tirar es el primer paso para la transición a una economía circular. Un modelo inventado en 1990 por Kerry Turner y David Pearce que aboga por preservar el equilibrio y la riqueza natural junto con la productividad y el empleo. ¿Cómo? Aumentando la vida útil de los productos, explotando al máximo su uso y aprovechando los residuos: «reducir, reutilizar y reciclar». China, Japón y la UE impulsan la transición hacia este modelo. Pero con lentitud. O la degradación medioambiental se convierte en prioridad de la agenda política o los enredos nacionalistas serán la orquesta que escucharemos mientras la Tierra se ahoga. Ya no es cuestión de preferencias sino de supervivencia.