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El burladero

El impostor calla

No se toma la molestia ni de disimular

Carlos Herrera

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Una turba de borrachos de odio sale a la calle cargada de piedras dispuesta a destrozar a su paso bienes públicos y privados, apedrear a policías y prender fuego a contenedores y vehículos. Lo hacen jaleados por un parlamentario de uno de los partidos del ... Gobierno de la Nación y apoyados expresamente por miembros de ese mismo Gobierno. La excusa que esgrimen se resume en defender el derecho de libertad de expresión de un tarado camorrista condenado por alentar atentados contra diversas personas y otras barbaridades semejantes, entre ellas amenazar de muerte a un testigo de uno de los procesos en los que está envuelto. De resultas de la jarana hay más policías heridos que manifestantes, las pérdidas particulares son cuantiosas y los estragos en el mobiliario urbano son de consideración. El vicepresidente del Gobierno llama a censurar medios de comunicación mientras exige libertad de expresión para el animal disfrazado de ‘artista’ y justifica, a través de su portavoz, toda la marejada sufrida en Madrid, Barcelona y Valencia con el argumento de que se pretende profundizar en la democracia real. Extrañamente una sucesión de hechos semejantes podría darse en cualquier país europeo. Extrañamente un gobierno, mediante miembros autorizados, podría jalear una situación de guerrilla urbana trufada de antisistemas y filoterroristas urbanos sin que causara absoluto asombro en todo su entorno.

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