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La vanidad de Irene

Agustín Pery

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Cuando paseo por el casco viejo de Pamplona con mi mascarilla con la bandera de España impresa en el lateral sorteo algunas miradas inquisitoriales y no pocos murmullos de desaprobación. No soy ni el más arrojado ni el más provocador. En mi caso, puede más ... mi ansia de citarme con el mejor frito de pimiento que un paladar pueda probar y saberme criado en democrática libertad que los consejos de algún buen familiar, «ten cuidado, que te van a romper la cara». Ya les digo, pesa más la glotonería y la aspiración a dormir con la conciencia tranquila que el posible temor a que me redecoren el careto.

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