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hacia el cierre de la josé cabrera

Historia del desmantelamiento de una central nuclear

El complejo situado en Almonacid de Zorita afronta uno de sus retos más importantes después de su paralización: la segmentación de la vasija donde se «cocinaba» la energía

Historia del desmantelamiento de una central nuclear Fotos: alberto a. fdez

patricia biosca

Convertir de nuevo un solar donde antes hubo una imponente central nuclear. Ese es el objetivo de la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos (Enresa), quien en siete años tendrá que dejar el terreno a Gas Natural (legítima dueña) tal y como estaba antes de la construcción de la José Cabrera, el edificio que supuso la entrada de España en la era nuclear en 1968. Un proceso que durará hasta 2017 y que en estos días acaba de entrar en una de sus fases más importantes: la de diseccionar la vasija donde se almacenaba el combustible nuclear, la parte más importante en una central.

Cuando alguien ajeno al mundo de las centrales nucleares entra en este terreno, lo primero que le llama la atención son las medidas de seguridad. No solo monos y guantes nuevos, sino que tampoco se puede pasar con unas zapatillas de fuera -en la instalación de Almonacid de Zorita facilitan un par- cubiertas por una funda adicional. El pelo también debe estar cubierto por una capucha, también limpia, que se posiciona debajo del casco (no se debe olvidar que, aunque se trate de una central nuclear, estamos en una obra). Un medidor de radiación siempre acompaña a todos los operarios y solo pueden pasar a las instalaciones con una tarjeta magnética y después de haber pasado los controles pertinentes. «Tranquilos, es seguro», repiten desde la central a los visitantes, que desde 2010, ya suman unos 2.500. Hoy le toca el turno a una decena de japoneses seguido de otro grupo de periodistas, que llegan en el día en el que comienza el corte en 120 trozos de la vasija del reactor.

En el reactor

Tras haber superado lo que al grupo de periodistas les parece una maratón de controles y, para los operarios es simple rutina, se accede a la imponente estructura del reactor: un edificio tubular coronado por una cúpula roja donde en su interior se generaba una potencia 935 gigavatios a la hora y que ahora tiene que ser regada por fuera por el intenso calor de julio en Guadalajara. Dentro queda la vasija y las estructuras de su alrededor, unas altas escaleras que llegan hasta la base de la cúpula. El grupo sube a unos veinte metros de altura para contemplar desde arriba la parte donde se «cocinaba» esta energía nuclear. Antes, el director de desmantelamiento, Manuel Rodríguez Salva, les había explicado cómo habían marchado los trabajos hasta llegar a ese punto.

«Nos encontramos en un momento de gran actividad y hemos cumplido con total normalidad lo que llevamos de desmantelamiento, que es el 60 por ciento», explicaba el responsable, que hacía hincapié en el hecho pionero del asunto: es la primera vez en España que se desmantela por completo una central nuclear y la primera vez en el mundo que se hace de esta forma, cortando la vasija en trozos. «Hemos recibido visitas de delegaciones de países de Canadá a Australia y de Corea a Chile, y es algo que nos enorgullece», aseguraba Alejandro Rodríguez Fernández, director de operaciones.

Desde 2010 los trabajos no habían cesado: primero se retiraron los grandes componentes como el presionador -que mantenía la presión de la planta-, la bomba principal y los componentes internos del reactor -la parte más contaminada, ya que contenía las piezas «más activadas» y que fueron también segmentadas y metidas en cuatro contenedores sellados que se llevaron al Almacén Temporal Individualizado (ATI)-. Para la vasija, los trabajos se complicaron un poco más.

La estructura estaba almacenada en la cavidad de recarga, unida al resto del reactor a través de unos cables y tubos laterales. Ambos componentes tuvieron que ser cortados, al igual que los anillos de sellado y blindaje que rodeaban la parte superior de la vasija. Como su peso aproximado es de cien toneladas, hubo que habilitar una grúa con rieles que levantasen la estructura y después la depositasen en la piscina anexa, donde antes se almacenaba el combustible gastado. «El peso de la vasija era tal que se tuvo que buscar un sistema alternativo al pensado, que se hizo a propósito para este momento», aseguraba a los periodistas el director de desmantelamiento. Para moverla apenas diez metros se tardaron diez horas.

Brillo turquesa

«Ahora mismo están cortando la base de la vasija para luego empezar a diseccionarla desde arriba», explica otro de los encargados del desmantelamiento de la central a los periodistas, mientras se asoman desde la parte de arriba del reactor para observar el espectáculo. «Lo podéis ver en el monitor que hay en la pasarela sobre la vasija». Desde esa pantalla, el operario puede ver los cortes, ya que la estructura se encuentra sumergida en agua, además de que las operaciones se están llevando a cabo en la parte inferior de la misma. «El agua sirve para muchas cosas: es barata, otra barrera para la radiación, se ven posibles escapes y además impide que el material de corte se disperse, evitando la contaminación», continúa. Los periodistas ven un enorme cilindro rodeado por un agua de un turquesa enigmático -creado por los focos- que choca contra el gris monótono reinante en la instalación. Mientras, en la parte inferior, se lleva a cabo el primer corte.

Pero aún queda mucho por hacer. El desmantelamiento se hace de dentro de los edificios hacia fuera. «Por eso parece que no avanzamos, pero van al ritmo esperado», aseguran desde Enresa. En seis meses se terminarán los cortes de la vasija y se comenzará con la descontaminación del hormigón de los edificios que albergaban la parte interna para después demolerlos. Y también queda la descontaminación del suelo. En ese momento, que la empresa espera que llegue a principios de 2017, la central José Cabrera será recuerdos en fotografías. Porque solo quedará un solar donde antes hubo una central nuclear.

Historia del desmantelamiento de una central nuclear

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