Más violento y polarizado: el México que deja López Obrador a su sucesora

El papel de peso de los militares en el gobierno es una de las herencias que el presidente dejará a su sucesora. Según el 'think tank' México Evalúa, el Ejército y la Marina controlaron, al cierre del año pasado, el 16% de los recursos estatales acuñados en fideicomisos. Se trata de 81.000 millones de pesos (4520 millones de euros).

Generales y almirantes están al frente de las obras estructurales del sexenio de López Obrador como el Tren Maya, la refinería Dos Bocas o el Aeropuerto Felipe Ángeles. Además, controlan la Guardia Nacional, una policía militarizada de alcance nacional.

El presidente ha defendido esta posición predominante a pesar de las críticas de opositores, periodistas y académicos. En sus 'mañaneras' (conferencias de prensa matutinas) suele decir que los militares son muy eficientes y «éticos» en el manejo de los recursos, aunque casi todas las licitaciones que llevan adelante, por considerarse de seguridad nacional, son de corte restringido, esto es, solo pueden ofertar empresas o proveedores allegados a la Secretaría de la Defensa.

Los resultados de la militarización no son alentadores. En junio del 2023 el presidente tuvo que reconocer, a partir de la estadística oficial, que su gobierno es el de mayor cantidad de homicidios dolosos en la historia de México. Un giro amargo para el mandatario porque al mismo tiempo admitió que en su sexenio hubo más muertes violentas que en el de su adversario, el expresidente Felipe Calderón, perteneciente al Partido Acción Nacional (PAN).

López Obrador ya no solo ha superado a Calderón en cantidad de homicidios, sino que también lo ha duplicado. Durante el sexenio panista (2006-2012) se registraron 80.686 muertes violentas mientras que en el actual (2018-2024) el número alcanza los 171.085 homicidios, según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP). Un golpe contundente para quien al inicio de su administración prometía «pacificar» el país.

En materia de salud, López Obrador ha sido duramente criticado. A lo largo del sexenio su Gobierno ha afrontado desabastos de medicinas, tuvo una reacción a la pandemia del Covid-19 muy cuestionada y con alto volumen de muertos, ha creado dos sistemas de salud pública que no han terminado de funcionar y los datos generales de la OCDE no son positivos: México tiene alta mortalidad infantil, alta obesidad, es uno de los países con mayor cantidad de muertes por diabetes y la esperanza de vida es de 75 años.

En cuanto a Derechos Humanos, el Gobierno también queda expuesto. Es el país donde más cantidad de periodistas mueren en el mundo y López Obrador tiene una sección semanal en su conferencia matutina para denostar a la prensa crítica y atacar, de modo directo, a sus detractores.

A esto se agrega la crisis por los desaparecidos. El Gobierno ha librado una fuerte batalla con ONG para bajar los datos de más de 100.000 personas desaparecidas y alegar que muchos de estos casos han sido encontrados y que los indicadores están desactualizados. En paralelo, el presidente protagoniza enfrentamientos con los colectivos de madres buscadores, a los que acusa de querer desprestigiar a su Administración.

En el plano económico es donde aparecen las buenas señales para el sucesor. México se encuentra en una posición de prácticamente pleno empleo, los programas sociales del Gobierno han reducido la pobreza extrema y si bien el crecimiento no llegó a los números que prometía López Obrador en su campaña del 2018 (crecer al 6% del PIB), se percibe un bienestar general que se refleja en datos de inversión, consumo y un mayor poder adquisitivo.

El presidente no ha tocado los fundamentales de la macroeconomía de sus antecesores y tampoco se ha enfrentado a los poderes económicos más concentrados. En el frente de la relación bilateral con Estados Unidos, ha transitado sin grandes turbulencias tanto con Donald Trump como con Joe Biden.

En cuanto a la política, el presidente entregará a su sucesora un México más dividido. Durante su mandato cada mañana se ha empeñado en resaltar la brecha entre sus partidarios y sus opositores, a quienes denomina 'fifis' o conservadores. Ha generado una polarización que se observa en las calles y en las manifestaciones políticas, como el pasado fin de semana en el Zócalo de la Ciudad de México, donde oficialistas y opositores se disputaban la plaza para organizar actos y el desencuentro termino con hospitalizados.