Los últimos de Ascalón resisten en una ciudad vaciada tras los atentados de Hamás
A tan solo 10 kilómetros de la Franja de Gaza, muchos de sus 150.000 vecinos han abandonado la ciudad, donde ya no hay turistas que disfruten de su playa
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Alfons Cabrera
Enviado especial a Ascalón (Israel)
En la Marina de Ascalón, ahora no se paga zona azul. Ascalón es una ciudad costera a tan sólo 10 kilómetros al norte de Gaza. Tenía unos 150.000 habitantes; ahora ya no. En el puerto deportivo, todo está cerrado salvo un restaurante ... de sushi y una cervecería. Hay siete u ocho personas en ambas terrazas y, cerca, dos pescadores y dos gatos. En la parte central del puerto, todo está cerrado: sólo rompen el silencio una escalera mecánica que no coge nadie y la música estridente de las máquinas infantiles: de coger peluches con un gancho, de algodón de azúcar, cochecitos. Pasa un hombre corriendo mientras escucha, sin auriculares, 'When the rain begins to fall', de Jermaine Jackson. En la salida norte del puerto, hay un póster que anuncia una actuación infantil, una especie de payaso o mago, que iba a ser el 16 de octubre. La playa también está casi vacía: sólo hay dos hombres bañándose desnudos.
Suenan las sirenas y, veinte segundos después, dos cohetes de Hamás son interceptados por la Cúpula de Hierro: dos explosiones y, en el cielo, dos estelas que en cinco minutos se han desvanecido. En Ascalón, todo el mundo tiene un refugio en casa. En los pisos más nuevos, incluso tienen una habitación reforzada por todos los lados y con la puerta blindada para no tener que correr en el sótano. Cuando abres Google Maps (y esto es igual en todo Israel) salen destacados todos los refugios antiaéreos que hay a pie de calle. Los cohetes de Hamás no son nada nuevo en Ascalón: la ciudad está preparada y el escudo antimisiles hace el resto. La gente ha huido más por temor a nuevas incursiones de Hamás que por sus cohetes. La razia del 7 de octubre se quedó a las puertas de la ciudad, pero golpeó al kibutz de Zikim, a medio camino entre Ascalón y la frontera de la Franja. En la playa de Zikim, mataron a una docena de civiles. Emile conocía a algunos de ellos: «Unos eran pescadores y otros habían ido a pasar el día a la playa».
En Ascalón, todo el mundo conocía a alguno de los muertos, o conoce a alguien que los conocía. Estelle y Emile están en un balcón de un primer piso de la Marina, y enseguida bajan a la calle con las dos perras de Estelle. Estelle es francesa: «Los vecinos se han ido. Yo vivo aquí y quiero quedarme. Esto es mi ciudad, es mi país. Es mi casa». Por allí pasan Inbar y Ron, y se detienen: ella lleva una camiseta de Nirvana y él una de Lamb of God. Trabajan en un supermercado, uno de los pocos negocios que siguen funcionando. Hace un tiempo, Ron había sido transportista y tenía un compañero palestino de Gaza: «Teníamos buena relación. Él no hablaba hebreo pero yo sé cuatro cosas de árabe y con eso sacábamos el trabajo».
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Torturas y vejaciones
Recientemente, Israel envió para casa, vía Egipto, a todos los trabajadores gazatíes. Pero antes de expulsarlos, los tuvo cautivos durante tres semanas; muchos han denunciado torturas y vejaciones. Había unos 18.000 palestinos de Gaza con permiso de trabajo israelí. «Nunca podrán volver», dice Emile. «Votaron a Hamas, les gusta Hamas». Estelle añade algo: «Las mujeres en Irán se han sublevado contra la opresión del mulá. Pero yo no he escuchado a un solo civil en Gaza que haya levantado la voz contra Hamás». Continúa Emile: «Trabajaban aquí, algunos vivían aquí... Y vienen aquí a matarnos. Esto no volverá a ocurrir, esta vez acabaremos con Hamás». ¿Se puede acabar con Hamás causando menos víctimas civiles? «Es una opción, pero arriesgaríamos la vida de muchos soldados. O nosotros o ellos», dice Ron. Thelma y Louise (las perras de Estelle) merodean por un parterre que hay a pies de un mural de Bob Esponja. Ron conocía a una de las víctimas del 7 de octubre: Stav Gueta.
El restaurante está tapizado con fotos de antiguas fiestas en el club náutico de Ascalón, y otras del dueño con la farándula local. ¿Hay alguien que pueda conocer? Señala a Netanyahu. Roger es un judío tunecino, y vino a Israel en el 62, cuando él tenía seis años e Israel, catorce. Hay una bandera del país en la barra y del techo cuelgan muchas pequeñas. Tiene una foto que, conceptualmente, no encaja con las demás: es él en la Primera Guerra del Líbano, en el 82, cuando era soldado. Dice que se ha quedado en Ascalón porque es su casa, y porque aquí está su pareja y en el restaurante tiene a su familia. Y que apoya incondicionalmente a Netanyahu, que siempre ha apoyado al Likud. Es una lástima que la barrera idiomática no permita hilar más fino. En la televisión está sintonizado el Canal 13, y sale hablando la madre de uno de los rehenes de Hamás.
«Los niños son los futuros terroristas», dice uno de los soldados de Ascalón
El restaurante también se llama Roger y está en la confluencia de las calles Tsahal (nombre abreviado del ejército israelí) y Herzl (padre del sionismo). Son dos calles comerciales, viejas y destartaladas, y hay bastante gente, dadas las circunstancias. La mayoría de los restaurantes están abiertos; todas las tiendas están cerradas. En la siguiente esquina, tres soldados comen falafel, de pie, junto a un 4x4. Es una buena foto que no se dejan hacer. Acaban de volver de la Franja de Gaza, no hace ni dos horas, y enseñan las fotos en el móvil: caminando en medio de los escombros, parapetados detrás de una montaña de arena, y más fotos diferentes pero iguales. La conversación es breve: el de la izquierda dice que «esta gente son terroristas, no es un ejército. Son como los hutíes, como el ISIS» y el de la derecha añade que «son unos cobardes, no salen de los túneles». El medio pregunta que cómo se está viendo todo esto, en Europa. Saben que hay muchas críticas a Israel por los miles de víctimas civiles en Gaza. El del medio dice que «los civiles también apoyan a Hamás». Pero, ¿y los niños? «Los niños son los futuros terroristas», dice el de la derecha.
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