GUERRA DE UCRANIA

La voz de los disidentes rusos: «Ucrania está haciendo recuperar a Europa sus ideales de democracia»

UCRANIA: UN AÑO DE GUERRA

Los escritores rusos Liudmila Ulítskaya y Vladímir Sorokin, instalados en Berlín desde que empezó la guerra, reflexionan sobre la invasión de Ucrania y el papel de la literatura en tiempos de guerra

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Aniversario de la guerra en Ucrania

Vladímir Sorokin y Liudmila Ulítskaya, durante su visita a Barcelona a finales de enero Pep Dalmau

Liudmila Ulítskaya (Dablekánovo, 1943) y Vladímir Sorokin (Bykovo, 1955) pertenecen a generaciones y tradiciones literarias diferentes, pero la invasión de Ucrania, la guerra y, en fin, una disidencia de largo recorrido, los ha convertido en atípicos y accidentales compañeros de viaje. Oráculos ... de las letras rusas contemporáneas, los dos viven en Berlín desde que empezó la guerra hace justo un año y juntos viajaron a Barcelona a finales de enero para participar en el ciclo 'Otras voces, otras Rusias' impulsado por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). Un vistazo transversal a esta nueva diáspora rusa que agrupa a escritoras e intelectuales como Anna Starobínets, Maria Stepànova, Maxim Ósipov y Andrei Filimonov. La voz de la crítica y la disidencia, predicando desde el otro lado de la frontera.

«La inteligencia cultural está abandonando Rusia. La atmósfera en Moscú es pesada y triste; más aún desde que empezó el reclutamiento», asegura Sorokin, eminente posmoderno al que títulos como 'Grasa azul' y 'El día del oprichnik' le valieron el apodo de 'la pesadilla literaria de Putin'. «Yo soy una persona libre, nunca he trabajado para organismos públicos ni oficiales. Siempre me he intentado mantener al margen de lo oficial», añade a su lado Liudmila Ulítskaya, gran dama de las letras rusas y ganadora del premio Formentor de 2022.

—¿Cómo les ha cambiado el exilio?

—Liudmila Ulítskaya: Yo no me he exiliado: mi hijo me fue a buscar a finales de febrero y me llevó a Berlín. Hice mi maleta de siete kilos y me fui con él. Me he tenido que adaptar a un nuevo espacio, que es Berlín.

—Vladímir Sorokin: Es una cuestión de voluntad, no de obligación. La diferencia entre nuestro exilio y el que se produjo a finales del siglo XX radica en la voluntad. Durante los últimos 20 años, mi mujer y yo hemos estado viviendo entre Berlín y Moscú, y sólo dos días antes del inicio de la guerra decidimos trasladarnos a Berlín. Entonces la guerra empezó. Yo podría volver, pero no quiero. Hemos decidido huir de ese aparato político. Es mi elección, no la elección del Estado.

—¿Sienten que se espera más de ustedes ahora mismo simplemente por el hecho de ser escritores rusos? Hace años, cuando asesinaron a Anna Politkóvskaya, Liudmila ya dijo que no le gustaba hablar de esos temas, pero se sentía obligada a hacerlo.

—Ulítskaya: Yo me debo a mis libros. Sirvo a mis libros. Y contestar a las preguntas de mis lectores es una obligación. Si me preguntan por mis opiniones políticas, sin duda contesto.

—Sorokin: Es una pregunta recurrente para todos los escritores. Yo he intentado mantenerme al margen del poder, pero ahora mis mañanas empiezan leyendo en el periódico las informaciones relativas a la guerra. No es buen momento para realizar literatura de ficción: la novela se escribe cuando el conflicto ha pasado. La guerra molesta. Es un momento horrible, un sueño horrible. Pero es real. Eso quiere decir que no hay espacio para el distanciamiento.

El papel de Europa

Ulítskaya y Sorokin coinciden en que Ucrania debe ganar la guerra («es la única esperanza que hay para que Rusia se regenere», asegura el autor de 'El hielo'), pero difieren ligeramente en el papel que debe jugar la Unión Europea en el conflicto. Así, mientras que la autora de 'Sóniechka' considera que «Europa tiene suficiente problemas propios como para preocuparse de lo que pasa en Rusia», Sorokin cree que «Ucrania está haciendo recuperar a Europa sus ideales de democracia».

«Han hecho falta estos doce meses para que empecemos a entender quién es Putin. Antes no se había prestado la atención suficiente al conflicto ucraniano, del mismo que tampoco se había prestado atención a lo que ocurrió en Georgia. La sociedad se ha convertido en esclava de la propia corrupción y esto se traduce en la formación de un régimen dictatorial. Solamente cuando han muerto decenas de miles de ucranianos es cuando Europa ha empezado a reaccionar y dotar a Ucrania de armamento. Ha tenido que ocurrir todo esto para que Europa empiece a despertar», relata.

—¿Qué creen que opina Putin de intelectuales como ustedes?

—Ulítskaya: No le interesan en absoluto. Para él es una parte minúscula de la sociedad. No representa ningún tipo de peligro.

—Sorokin: Putin desprecia a los intelectuales.

—Ulítskaya: Hay que tener que en cuenta que los servicios especiales no respetan a nadie, y estos servicios están alimentados por el gobierno.

Antes de recoger el premio Formentor por, entre otras cosas, la «sensibilidad con la que narra la desdicha de las personas», Liudmila Ulítskaya dejó dicho que al salir de Rusia no estaba salvando su vida, sino su libertad. Ahora, meses después y a más de 3.600 kilómetros de su casa, esta eterna candidata al Nobel de Literatura aboga por reinventarse e insiste en rechazar la condición de exiliada. «Tengo 80 años y el destino me ha llevado allí. Mi abuelo estuvo en los campos de concentración de Stalin, así que ya tengo experiencia familiar en lo que respecta a empezar de cero. Sé que es posible», asegura.

Sorokin y Ulítskaya posan en el interior de CCCB Efe

Algo más locuaz, Sorokin también esquiva etiquetas y rehúye el exilio ya que, asegura, confía en poder volver a su país en poco tiempo. «Mi ilusión es que el régimen de Putin pueda caer en breve y pueda regresar a mi país. Es una utopía, pero me ayuda en mi día a día. Rusia es un país muy impredecible, por lo que es muy difícil hacer cualquier vaticinio. Si en 1984 me hubiesen dicho que se acabaría publicando 'Archipiélago Gulag' no me lo hubiese creído, como tampoco hubiese creído que al cabo de seis años se derrumbaría la Unión Soviética», explica.

La resistencia del humor

Lejos del hogar e instalados en una ciudad que, asegura, Sorokin, «no es agresiva y, a diferencia de Moscú, no exige nada de ti», a ambos los hermana algo mucho más poderoso que la nacionalidad o el idioma: la risa. Sí, el humor como arma de reconstrucción masiva; como escudo para protegerse de un contexto tremendamente hostil. «El humor es imprescindible para representar lo grotesco, como demuestran grandes humoristas como Gógol o vuestro Cervantes», defiende Sorkin. «Mi humor viene de mis antepasados hebreos, que hacían chistes de las situaciones más inverosímiles», desvela Ulítskaya, bióloga de formación y escritora por convicción. «Desde la niñez empecé a escribir, con el tiempo esto se convirtió en mi oficio. Y mi vida es lo que escribo. No tengo en cuenta cuál es mi labor como escritora», relativiza.

«Nietzsche ya escribió que el humor es el último bastión de la civilización. La ideología soviética lo que quería era que el 'homo sapiens' fuese una máquina obediente y preparada para todo. quería privar al hombre de sus posibilidades y hacerlo vivir de una manera miserable. Pero no consiguió destruir el humor», añade Sorokin . Otra cosa es que al régimen en cuestión todo esto le haga la más mínima gracia, como bien sabe el novelista y dramaturgo: su despiadada sátira 'Grasa azul' se tradujo en una destruccion pública de sus libros frente al Teatro Bolshoi y, peor aún, un proceso en su contra por divulgar pornografía.

La escritura como refugio

«Mi obra es para todo el mundo, pero sobre todo para lectores muy tolerantes», defiende Ulítskaya, a quien títulos como 'Daniel Stein, intérprete', 'Sinceramente suyo, Shúrik' o 'Mentiras de mujeres' han convertido en una de las grandes voces del imaginario postsoviético. «La literatura es un refugio perfecto, como la música: el gran Johann Sebastian Bach nos dejó muchos regalos, y yo se lo agradezco enormemente… A veces me gustaría que la realidad se pareciera más a la literatura, pero por desgracia la realidad es más cruel y despiadada que la literatura», reflexionaba la autora en este mismo diario el pasado mes de septiembre.

Normal que, a la hora de valorar el papel que puede jugar la literatura en un momento como este, la autora rusa no sea un dechado de optimismo. «Es muy dificl que ahora mismo la literatura sea un instrumento que pueda propiciar la paz -reflexiona-. Pero sí que es verdad que su papel es fijar un panorama que la permita en un futuro».

«Las novelas no hacen guerras, las describen», resume Sorokin, quién no puede dejar de maravillarse ante la obstinación con la que el hombre se empeña en tropezar una y otra vez con la misma piedra. «Lo que yo me pregunto es por qué el ser humano no puede vivir sin violencia. Es un acto metafísico de la raza humana. Y cada generación de artistas podría responder a su manera a esta pregunta», explica.

—¿Qué literatura creen que saldrá de todo esto?

—Sorokin: Tras el periodo de guerra es probable que se produzca un periodo de explosión literaria no solamente en ruso y ucraniano, también en otros idiomas. Pasa siempre después de las guerras. De todas maneras, hay que dejar pasa el tiempo. La poesía está más asociada al presente de la guerra, ya que no hace falta esperar, como en la prosa.

—Y ustedes, ¿están escribiendo?

—Sorokin: Lo intento, pero muy despacio.

—Ulítskaya: Cartas a los amigos.

—Sorokin: Yo también, sí,

—Ulítskaya: Como bióloga, creo que el hombre es el único capaz de crear historia y recordarla. e incluso quienes sólo escriben cartas a sus amigos se dedican a eso, a contar lo que están viviendo.

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