Sudán, una catástrofe humanitaria sin fin
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Un tercio de la población ya necesitaba ayuda humanitaria. Y estalló un conflicto armado. Desde hace tres meses, dos generales se disputan el poder en Sudán. Ahora 25 millones de sudaneses necesitan asistencia, pero la violencia y la inseguridad dificultan la entrega.
Omar al- ... Bashir gobernó Sudán durante casi 30 años hasta que fue depuesto por sus generales en 2019. Desde entonces, Abdel Fattah al Burhan, comandante de las Fuerzas Armadas sudanesas, funge como jefe de Estado. Junto con el general Mohamed Hamdan Daglo, uno de sus principales colaboradores, Al Burhan se encargó de dirigir un Gobierno de transición que culminaría en elecciones generales.
Pero fue difícil encontrar consensos; Daglo no estaba de acuerdo con las condiciones de integración de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) -los paramilitares que dirige- en el Ejército, pues implicaba la pérdida de su poder. Crecieron las tensiones entre ambas facciones y el proceso democrático se vino abajo cuando se detonó el combate en Jartum, la capital, que rápidamente se extendió a lo largo y ancho del país.
Las RSF, acusadas de cometer abusos contra los derechos humanos, han establecido sus bases en áreas residenciales y la mayoría de los enfrentamientos tienen lugar en zonas urbanas, dejando un gran saldo de víctimas civiles. Según el Ministerio de Salud sudanés, el conflicto ha dejado más de 1.100 muertos, pero se estima que las cifras reales sean mucho más elevadas por la violencia intercomunitaria desencadenada en las regiones de Kordofán y Darfur. Por su parte, la ONU estima que 2,8 millones de sudaneses se han visto obligados a abandonar su hogar para escapar de la violencia.
«Más de 15 millones de personas necesitaban asistencia humanitaria antes de que estallara la guerra. Ahora este número está a punto de llegar a los 25 millones», comenta a ABC Arif Noor, director de Save the Children en ese país. «Es más de la mitad de la población, incluyendo 14 millones de niños». Además, ha habido numerosas denuncias de violencia sexual contra mujeres y niñas. «Esta es una tendencia que está bastante difundida, y lamentablemente está siendo utilizada como instrumento de guerra contra el pueblo que ya se encuentra en una situación muy difícil», comenta Noor por teléfono desde Puerto Sudán. Los esfuerzos de Arabia Saudí y Estados Unidos por negociar un alto el fuego no han tenido éxito. Varias treguas se han pactado desde el inicio de los enfrentamientos con la intención de que pueda llegar la ayuda humanitaria a quienes la necesitan, pero poco o nada han servido porque rara vez se cumplieron a cabalidad esos pactos. Según los reportes que recibe Noor de su equipo, los combates son cada vez más intensos.

Como en todo conflicto, son los más vulnerables los que más sufren. «Ambos lados están tratando de reclutar jóvenes en las filas», comenta Noor. «Son los niños los que están sufriendo de manera desproporcionada los horrores de la guerra».
«La entrega de ayuda humanitaria es muy complicada por la inseguridad y por las restricciones de acceso», comenta a ABC Arantza Osés, responsable de Acción Humanitaria de Save the Children. «Los aeropuertos están cerrados y las fronteras tampoco se pueden cruzar con facilidad».
Al comienzo de las hostilidades, muchas de las existencias de ayuda humanitaria que distintas oenegés tenían en Sudán fueron saqueadas. Sin embargo, Osés asegura que gracias a esas provisiones que todavía están almacenadas se puede prestar ayuda, pues es difícil el envío desde el exterior. «Con el apoyo de las Naciones Unidas se consiguió enviar a Sudán un convoy humanitario, pero lo que se logra distribuir es totalmente desproporcionado con respecto a las inmensas necesidades».

«Hay zonas del país que no están siendo afectadas por la violencia, y allí mantenemos nuestras actividades, pero, lamentablemente, en las zonas más complicadas, que son Jartum y Darfur, hemos tenido que salir. Los programas están gravemente afectados y lo que hacemos, lo hacemos con cuentagotas» lamenta Osés. «Las personas intentan huir de las zonas de conflicto, porque se sienten inseguros o porque no hay acceso a agua ni alimentos e intentan desplazarse a zonas seguras y a países vecinos».
Desde Puerto Sudán, Edward Taylor, coordinador de emergencias de Médicos Sin Fronteras (MSF) en el país africano, asegura que las restricciones de recursos se deben en gran parte al cierre del espacio aéreo. «Llevar suministros a Darfur se vuelve cada vez más desafiante porque ahora tenemos que usar las fronteras terrestres. Y, como el Gobierno sudanés ha establecido Puerto Sudán como único punto de entrada al país, nos vemos limitados en la respuesta que podemos ofrecer a esta crisis».
«Si pudiéramos volar seríamos capaces de reabastecer nuestras existencias y también traer más personal de manera fácil y segura», comenta Taylor por vía telefónica, quien asegura que tiene a 14 miembros de su equipo de emergencia varados en Nairobi debido a que las autoridades aún no les han concedido la visa para entrar a Sudán. «Es extremadamente frustrante porque nos gustaría tenerlos aquí para poder ofrecer mayor ayuda. Estamos operativos, tratando pacientes, pero podríamos estar haciendo mucho más».

Prácticamente ningún hospital en Jartum funciona. Y si el sistema ya era frágil, los desplazamientos de aquellos que huyen de la violencia han terminado de saturarlo. «En Wad Madani, por ejemplo, un pueblo al sur de Jartum, hemos visto que en los últimos dos meses la población se ha triplicado, ejerciendo una presión increíble sobre su sistema de salud y su capacidad de respuesta», relata Taylor.
Es difícil vislumbrar un final del conflicto sudanés pronto, pues las partes no han retomado las negociaciones. Tanto Noor como Taylor coinciden en que la situación empeora a diario, que la violencia ha aumentado en los últimos días y que las necesidades humanitarias para la población estarán presentes durante un largo período de tiempo.
El jefe de la misión de la ONU en Sudán, Volker Perthes -declarado 'persona non grata' por las autoridades sudanesas-, asegura que «el Gobierno ha perdido el control del país». Por su parte, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, asegura que «Hay un absoluto desprecio por las leyes humanitarias y de Derechos Humanos que es peligroso e inquietante».
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