¿Por qué Irán ilustra el auge de dictaduras cada vez más peligrosas y coordinadas?

Hace poco más de un año, los ayatolás de Teherán estaban literalmente contra las cuerdas. Parecían haber perdido su legitimidad y el control de las calles por hacer lo que mejor saben hacer: martirizar a sus mujeres. Durante sangrientas semanas, las protestas se prolongaron por la muerte de Mahsa Amini, una joven de 22 años detenida y apaleada por el «delito» de no cubrir hasta el último mechón de su cabello.

Tras meses de sangrienta represión, y a pesar de los penosos problemas que arrastra la economía iraní, el régimen de los ayatolás presume ahora de una posición decisiva dentro del arco de sumisión al fundamentalismo subvencionado por Teherán. Con capacidad como para decidir el día y hora en que puede comenzar la tercera guerra mundial.

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Es este mismo régimen integrista el que viene prestando ayuda decisiva a Rusia en la destrucción de Ucrania. La misma Rusia que empezó tras el colapso de la Unión Soviética como una democracia imperfecta para acabar en el ruscismo, entendido como la declinación rusa de fascismo eterno: culto al líder, supremacismo, estado corporativista, pasado mítico, rechazo de la modernidad, miedo a la diferencia, descrédito de la democracia, censura omnipresente, teorías de la conspiración contra el razonamiento crítico, propaganda centralizada y además un conflicto permanente como la guerra ucraniana.

La Rusia de Putin es la misma que mantiene una alianza «sin límites» con la China de Xi Jinping, cada vez más autoritaria y agresiva. La misma China de un Xi con poder omnímodo que ayuda a Irán a evadir sanciones internacionales comprando petróleo barato y le invita a formar parte de los BRICS. Todo vale en la construcción de esta siniestra alternativa al orden mundial que un día dominó Occidente.