La Unión de 2030

Los alemanes en el fondo echan de menos al Reino Unido, con su visión más liberal de la economía y su aspiración de competir en la globalización. Francia ofrece lo contrario, una copia europea de la política industrial de Joe Biden. El pasado mes de abril, Jake Sullivan, su asesor más influyente, explicaba en Washington los pasos de este repliegue nacional. A los pocos días, Macron publicaba un artículo en el que proponía hacer justo lo mismo desde Bruselas. Las empresas alemanas que dependen de sus inversiones en China para sobrevivir recibieron sus ideas con un entusiasmo limitado.

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Tal vez para disimular esta divergencia creciente, Francia y Alemania han impulsado un grupo de trabajo sobre las reformas institucionales que necesita la UE antes de ampliarse de nuevo. El resultado es decepcionante, porque no aborda los verdaderos retos políticos y democráticos de la Unión. Ante un sistema de gobierno demasiado lento y burocrático, se sugieren solo retoques nada imaginativos, muchas veces propuestos en el pasado: menos vetos nacionales, una Comisión más pequeña, un presupuesto mayor. Se saca del cajón de nuevo la idea de una Europa de círculos concéntricos, que de hecho ya existe ya, como una piedra filosofal capaz de transformar la Unión de forma mágica. Pero el error principal es fijar el año 2030 para las ampliaciones pendientes a los Balcanes, Ucrania y Moldavia, en vez de dejar la fecha abierta y poder así exigir reformas y mayor preparación a los candidatos. La falta de visión estratégica de este ejercicio de reflexión no significa que no vaya a influir. Se necesitan más voces, debates mejor planteados y no tener prisa con las ampliaciones, para conseguir que esta vez refuercen la integración.