Irán pierde peso en Irak por la lucha interna entre los bandos chiíes

Partidarios del clérigo chií Al Sadr, enemigo de Teherán, ocupan desde hace más de una semana el Parlamento

Seguidores de Al Sadr junto al monumento al soldado desconocido el pasado viernes en Bagdad EFE

El líder del sector nacionalista chií de Irak, el clérigo Muqtada al Sadr, está a punto de sacar dividendos a su temeraria ocupación del Parlamento tras el respaldo recibido por gran parte de la oposición a adelantar las elecciones, solo diez meses después de ... los últimos comicios. La virtual victoria política de Al Sadr, en su camino hacia convertirse en líder del país, es además un duro revés para las ambiciones de Irán de extender su influencia en toda la región. Tras el retroceso del partido chií Hizbolá en las últimas elecciones en el país del Cedro, Teherán también ha perdido peso en el Líbano.

Con sus casi 39 millones de habitantes y una situación geoestratégica privilegiada en Oriente Próximo, la suerte de Irak –en su enésima crisis política– no puede dejar de tener efectos en toda la región. Menos aún si se considera la relevancia económica del país –segunda potencia petrolera de la OPEP–; o religiosa, como territorio sagrado tanto del sunismo como del chiísmo, las dos grandes corrientes del islam. Pese a ello, y después de veinte años de presencia militar y política en Irak, Estados Unidos decidió hace pocos meses hacer el petate y abandonar el territorio, tras percatarse de una realidad evidente. Irak es un país de árabes indómitos, incapaces de entenderse después de haber superado una de las dictaduras más sanguinarias del siglo pasado: la de Sadam Husein.

La última crisis, que ha cristalizado en la ocupación del Parlamento de Bagdad por fanáticos seguidores del líder más carismático de Irak, el clérigo chií Muqtada al Sadr, ha puesto de relieve una dimensión nueva del enfrentamiento sectario interno. Hasta ahora las desavenencias más graves se producían entre suníes y chiíes –que se reparten la población a partes iguales– , y entre el Gobierno central árabe y la minoría kurda del norte, que ha conseguido mucha autonomía y aspira a la secesión.

Ahora, la crisis se envenena dentro de la propia comunidad chií, con el enfrentamiento entre los nacionalistas seguidores de Al Sadr y los grupos aliados con Irán, encuadrados en el llamado Marco de Coordinación. Si Teherán se frotó las manos cuando Trump, y después Biden, decidieron reducir a una cifra simbólica la presencia de EE.UU. (el Pentágono llegó a tener 170.000 soldados en Irak, y hoy apenas quedan 2.000), la alegría le ha durado poco al régimen de los ayatolás.

Calculada ambigüedad

Al Sadr ha demostrado con la ocupación del Parlamento –al que considera «impotente» para formar un Gobierno estable–, y la movilización de centenares de miles de militantes en Bagdad el pasado viernes, que es el líder con más capacidad de convocatoria en Irak. Su discurso nacionalista, especialmente dirigido contra los chiíes que apoyan el patronazgo de Irán, y su apelación a ambiguas reformas del actual modelo democrático para evitar la 'corrupción masiva' de su clase política, despiertan lógicas reservas en Occidente. Pero el hecho es que EE.UU. y la Unión Europea han abandonado a Irak, tras derrocar a Sadam, y son otras las potencias que ahora aspiran o ocupar su puesto.

Después de las sucesivas guerras, primero contra el dictador de Bagdad y después con tra el 'califato yihadista' de Estado Islámico en el norte, lo último que desea Irak es otro conflicto. No del todo imposible si el pulso de Al Sadr conduce a una espiral de violencia.

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