Hebrón, ciudad fantasmal: soldados asustados, colonos armados y palestinos hartos del conflicto
En Cisjordania, agitada por la violencia desde el pasado 7 de octubre, hay más de 250 asentamientos, donde viven unos 700.000 israelíes
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Un niño juega en un callejón de Hebrón junto a una bandera palestina pintada en una puerta
Camino de Hebrón, el principal tema de conversación del taxista son las últimas víctimas del conflicto en Cisjordania. No necesita mirar muy atrás porque hay muertos casi todos los días. De vez en cuando, el taxista va señalando, a lado y lado de la ... carretera, dónde hay asentamientos judíos. Hay más de 250 en toda Cisjordania, y en ellos viven más de 700.000 colonos. Hacia el oeste, a un par de kilómetro, una humareda negra sube al cielo.
Fátima
En Cisjordania, el estado palestino sólo existe dentro de las ciudades, pero en Hebrón ni siquiera eso. Entre los 200.000 habitantes de Hebrón, hay 800 judíos. Viven en la ciudad vieja, y ahí está desplegado el Ejército israelí. En la medina, los comercios son de los árabes y los colonos judíos viven encima, y una red cubre las calles para proteger a los de abajo de lo que lanzan desde los balcones. Cuanto más céntrica es la calle, más piedras y más basura hay acumuladas en la red.
La entrada a las viviendas de los judíos está al otro lado, por detrás, así que se ven unos a otros, pero apenas se mezclan. «A veces pasan por aquí, pero nunca entran a comprar», dice Fátima. Tiene una tienda en el mercado, y 'Fátima' no es su nombre real. Los colonos, cuando pasan por el mercado, van siempre armados: «No pueden salir a la calle sin un arma». Casi nunca llevan un revólver; casi siempre llevan un fusil. El fusil es más letal y tiene mayor alcance, pero para una distancia corta, que es la amenaza potencial más probable, ¿no sería mejor un arma corta? Sí, y además sería más cómodo. ¿Cómo se sienten paseando con el fusil: más seguros o más poderosos? Antes de salir de casa, ¿se miran al espejo para ver cómo lucen con el arma? ¿Le hablan al espejo, desafiantes?
Sin embargo, ahora no se ven colonos por la medina. De hecho, la mayoría han abandonado sus casas. También muchos musulmanes se han ido del centro; en este caso, les basta con ir a los barrios de Hebrón bajo control palestino. Además, tampoco viene gente de fuera: ni del resto de Hebrón ni del resto de Cisjordania y, por supuesto, tampoco hay turistas. Fátima explica que, a cada rato, pasan patrullas del Ejército: «Entran y te apuntan a la cara. Yo les digo que qué quieren y no dicen nada. Se quedan en silencio, apuntándote». Y cuando acaba de explicar esto: «¡Mira, mira!», y por delante de la tienda pasan cuatro soldados, jóvenes y armados, en medio de las paradas de fruta, carne, dulces, especias, jabones, zapatos y 'souvenirs'.
Abu
«Los soldados que hay aquí ahora son reservistas, y no conocen la zona. Cuando patrullan, están asustados, van mirando hacia todos lados», dice Abu. Con los soldados de antes de la guerra a veces hasta se medio saludaban. Desde donde Fátima, calle abajo caminando bajo la red, está la tienda de Abu, que tampoco se llama así. «A veces también tiran líquidos»: algunos colonos han descubierto que los líquidos atraviesan la red mejor que los sólidos. El taxista recomienda pasar al fondo de la tienda, no tanto por el riesgo de que tiren nada, porque no queda nadie, como por no ser vistos fácilmente por alguna patrulla. En medio de la tienda, hay un molino para moler aceitunas y hacer aceite; en una pared, una foto antigua del molino con el camello que hacía la tracción. Después de lo del aceite, el lugar fue una fragua de vidrio. Y ahora Abu vende artesanía y 'souvenirs'. «Antes de la guerra, teníamos 'tours' de judíos todos los sábados por la tarde. Venían con un guía de aquí, de este asentamiento, desde Tel Aviv y otras zonas». Nunca compraban: «A veces, los niños intentaban robar. Pero, siendo honestos, los adultos lo impedían». Al final, Abu hace una exhibición excelsa de su capacidad para vender cosas que uno no necesita.
Un chico monta en bicicleta en una calle de Hebrón
Abed
Casa de Abed está en lo parte alta del mercado, pasado un cuartel del Ejército israelí. Su casa hace frontera con un asentamiento: las ventanas de uno de los lados del comedor están permanentemente cerradas, y tapiadas con tablones de madera. Casa de Abed está en un callejón sin salida, y en el callejón juegan sus hijos, a pies de un gran muro coronado por alambres de espino. Abed ofrece té, y su mujer lo prepara. Abed dice lo mismo que Abu, que los soldados que hay ahora en Hebrón son novatos, y añade que están locos. Con los colonos ha pasado algo parecido, sólo que los colonos de ahora están allí desde hace ya tiempo: «Los colonos de antes les decías buenos días y te respondían buenos días. A los de ahora les dices buenos días y te mandan a la mierda». Entonces, el hijo mayor se asoma y llama al padre, que se levanta del sillón, dice que ha venido un soldado, y sale. Desde la ventana, se escucha lo que dicen: empiezan en hebreo (Abed lo habla un poco), pero enseguida ven que se entenderán mejor en inglés. El soldado dice que un judío le ha dicho que uno de los chicos ha tirado una piedra a su ventana. Abed lo niega y dice que él sólo quiere estar en paz. Están así dos minutos, y se despiden. Abed vuelve adentro y dice que cada día están igual.
Un grupo de musulmanes reza en Hebrón
La mujer de Abed resulta que hace bordados, y enseguida el género está encima de la mesita: chalés y fundas de cojín. Es la otra cara de la hospitalidad de los árabes: te agasajan y te sirven té, y uno se siente abrumado e impelido a comprar.
A la vuelta, el taxista evita la carretera principal, llena de controles, por lo que pueda ocurrir. Pero la mayoría de carreteras secundarias están cortadas, y todo se convierte en una especie de laberinto. La ida habían sido tres cuartos de hora; la vuelta son dos horas. Osama se irrita cada vez que una montaña de tierra cierra el paso: «No tenemos libertad. Estoy en una cárcel... en mi tierra, en mi país». En un cruce, a un lado, hay un puesto militar. Detrás de un bloque de hormigón, hay tres soldados jóvenes agazapados, casi acurrucados, asustados. Parece excesivo porque allí no está pasando nada, pero a la mañana siguiente, en un control no muy lejos de aquí, cuatro milicianos hebronitas matarán a un soldado israelí.