Una jornada en un refugio junto al Líbano bajo el silbido de los proyectiles de Hizbolá
Metula es la punta de una lengua de territorio israelí que se adentra en el Líbano. Es zona de guerra, y cuando hay que protegerse la vida sigue latiendo entre paredes de hormigón
Alfons Cabrera
Metula (Israel)
Maoz Meiri es payaso. Al comenzar la guerra, aparcó su profesión y ahora es voluntario y asiste a militares y civiles israelíes en zonas fronterizas con el Líbano. A las 15.03, Maoz habla de la gente de Gaza: «Yo nunca había visto una ... guerra sin refugiados, nadie los está ayudando. Hay una frontera con Egipto... Todo el mundo se manifiesta y da su opinión, pero no les ayudan a salir de Gaza. Aquello es ahora una zona de guerra, y lo será durante mucho tiempo...», y entonces una explosión lo corta de golpe: es seca, y relativamente cerca. «Todo bien, todo bien», y segundos después, la segunda explosión es similar a la primera. Corre hacia el refugio, y también se apresuran el voluntario que le acompaña y los dos soldados que controlan el lugar. Dan, el soldado de bigote, llega el último, se detiene en la entrada del refugio y dice que «no pasa nada», que «son nuestros tanques».
La tercera explosión es más fuerte, más grave y más rota, y entonces Dan empuja a todos al fondo del refugio: Hizbolá ha respondido y comienza ahora un intercambio de fuego. Los cinco primeros minutos son los más intensos, empatados con los terceros cinco minutos. Las explosiones son seguidas, unas de salida y otras de llegada. Algunos proyectiles silban medio segundo antes de la explosión, y cuando silban los proyectiles hay un instante de inquietud.
Sin embargo, en general, el ambiente es distendido: es el pan de cada día. El otro voluntario, que no quiere que se publique su nombre, dice que el refugio es un lugar seguro, pero querrá decir que es seguro mientras el impacto no sea directo. Son cuatro paredes de hormigón con una abertura en un lado; frente a ella, a dos metros, dos pantallas también de hormigón.
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Maoz dice que «nos ven desde todos lados», que «estamos rodeados por el enemigo», y Aviv, el soldado sin bigote, apunta que «estamos rodeados de hijos de puta». Metula hace frontera con el Líbano al norte, oeste y este: es la punta de una lengua de territorio israelí que se adentra en el Líbano. Hay combates todos los días, es zona de guerra, y en el pueblo no hay nadie aparte de los soldados desplegados; Aviv y Dan controlan quién entra y quién sale. El pueblo está en un pequeño valle, y en la vertiente opuesta de las colinas que lo rodean, allí está el enemigo. Desde el refugio, si uno se dirige hacia el este, a sólo 600 metros está el Líbano.
A las 15.10 hay una tregua (las explosiones son espaciadas y menos fuertes), y Maoz retoma el hilo: «Lo que quería decir es que muchos países podrían acoger a mujeres y niños. Cuando la guerra en Ucrania, muchos refugiados fueron a Europa. Es muy triste ver que nadie se preocupa por Gaza, ni por los llamados palestinos». Lo dice así por lo siguiente: «Mi abuelo era palestino. Y era judío. Palestina es el nombre de una región».
A las 15.14 vuelve a intensificarse el combate, unos cinco minutos más, y después afloja un poco. Se escucha, pero no se ve, un tanque israelí moviéndose cerca. Aviv va a buscar el chaleco antibalas, que no lo llevaba, y Maoz va al coche y trae manzanas para todos. Aún habrá fuego cruzado durante otros tres cuartos de hora, pero nada que ver con lo de antes, y todos se quedan medio dentro medio fuera del refugio, esperando que amaine.
Por radio, informan a Aviv y Dan que no hay bajas. A las 16.10, Dan dice que ya es seguro abandonar el lugar, que hay que conducir rápido pero vigilar en las curvas. A las 16.50, en la pizzería Forni, en Rosh Pina, hay un soldado en una mesa y una madre y sus dos hijas en otra. En lugar de una carta normal con un listado de pizzas, hay que elegir los ingredientes que uno quiera para añadirlos a la base. Más tarde, llegan dos familias.
Que la guerra se convierta en un conflicto regional depende de lo que suceda en esta frontera. Hizbolá y el Ejército israelí se disparan unos a otros cada día. Con cierta mesura: se trata de mantener la amenaza al enemigo pero sin pasarse. Esto no es consuelo alguno para los más de ochenta muertos que ha habido en este tira y afloja.
Si bien en esta vida las cosas siempre pueden ir peor, y todo se puede envenenar cuando uno menos lo espera, del discurso de Nasrallah del 2 de noviembre se infería que una escalada importante en este frente era improbable. Nasrallah es el líder casi religioso de la milicia libanesa de Hizbolá, y había mucha expectación por lo que pudiera decir. No hubo sorpresas y el apoyo a Hamás y a los palestinos fue mera retórica. Al fin y al cabo, el Líbano no está en condiciones de enfrentarse a Israel y el despliegue naval estadounidense en el Mediterráneo occidental hizo el resto.
El desasosiego por la posibilidad de una guerra regional se diluyó. Sin embargo, en los últimos días se han intensificado las hostilidades en la zona: el pasado día 20, Hizbolá destruía una base militar en el norte de Israel; al día siguiente, un proyectil israelí mataba a dos periodistas libaneses que cubrían el conflicto desde el otro lado de la frontera.
«Somos fuertes»
Al respecto, Dan decía esto a las 14.53: «Si comienzan una operación militar, se arrepentirán. No somos los mismos judíos de Auschwitz; aquello es el pasado. Y esto es el Estado de Israel. Aquellas comunidades judías eran vulnerables, carecían de un Ejército, fueron masacrados por los nazis. Ahora tenemos un Ejército poderoso, tenemos una economía fuerte. Somos fuertes. Ni Nasrallah ni Jomeini ni Assad: ningún hijo de puta nos echará de aquí, de nuestra casa, de nuestra tierra. Si eres cristiano, puedes abrir el Antiguo Testamento y encontrarás el vínculo entre nosotros y esta tierra».
A las 14.14, dos soldados hacían guardia en la entrada a Metula: Aviv y Dan. Todo parecía tranquilo. Aviv decía que no del todo, y señalaba en el cielo («¿Ves las líneas?»): dos estelas de dos cohetes de Hizbolá. Si todavía estaban las estelas, es que no hacía ni cinco minutos de los diparos. Entre las 14.29 y las 14.31, había cinco explosiones en la lejanía. El 'check-point' no es improvisado, como mínimo ya debían de estar la torreta y la valla corredera: Líbano e Israel son viejos enemigos.
La barrera y el refugio quizás sí que son de ahora, y también dos cubos de hormigón de un metro de lado, uno de los cuales está pintado como un dado. Sobre las 14.40, llegaba un coche con dos voluntarios con chaleco antibalas azul claro, y traían la comida a los soldados. A las 14.54, Dan decía que, aquí en el norte, «hay tensiones, hay hostilidades, pero no a nivel de guerra, más bien a nivel de...», y mientras pensaba cómo terminar la frase, Aviv le cortaba y la acababa él: «de ping-pong».
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