Un entierro regio, un duelo por la monarca más querida
El Reino Unido despertará, a partir de ahora, de la resaca que ha vivido el país, paralizado durante once días por los actos en memoria de Isabel II
«Era como una madre para todos», expresa una mujer que se desplazó desde Cornwall la semana pasada e hizo cola durante diez horas para despedirse de ella

El Reino Unido despertará este martes huérfano de reina. «Era como una madre para todos», le dice a ABC Eugene, una mujer de 63 años residente en la localidad inglesa de Cornwall, que la semana pasada hizo cola durante más de diez horas para ... entrar al Westminster Hall, en Londres a presentarle sus respetos a la reina Isabel II, cuyo féretro estuvo allí, elevado en un catafalco, hasta que las puertas se cerraron para dar inicio a su funeral.
Eugene, profesora jubilada, dice que lloró frente al ataúd de la monarca, al igual que lo hizo este lunes al paso del coche fúnebre en el Long Walk del Windsor Great Park, un camino, como dice su nombre, muy largo, que lleva hasta la puerta del Castillo que la reina cruzó por última vez poco antes de las cuatro de la tarde, hora local.
Al igual que esta profesora, muchos británicos se desplazaron desde varias partes del país, primero a Londres y luego a Windsor, para despedirse de forma definitiva de la monarca que, con su muerte, puso punto y final de forma simbólica al siglo XX y que deja en manos de su hijo a un país del que ella era cabeza, jefa de estado y religión.
La resaca, probablemente, durará un buen rato. Durante once días, desde que falleciera en el Castillo de Balmoral el pasado 8 de septiembre, a los 96 años, el Reino Unido ha estado paralizado. La nueva primera ministra, Liz Truss, asumió el cargo solo dos días antes de que Isabel II falleciera, con una serie de desafíos por delante que van desde el aumento del costo de la vida, hasta el Brexit (sobre todo el Protocolo de Irlanda del Norte).
El jueves 8, de hecho, hizo un importante anuncio para ponerle un tope a la factura que las familias pagarán por el precio de la energía, una noticia que prometía ser un titular y que con la muerte de la reina quedó en nada. Pero la mujer que llegó al trono por casualidad, después de que su tío abdicara por amor y su padre, Jorge VI, fuera entonces coronado, le deja el testigo a su primogénito, el Rey Carlos III, menos carismático que ella pero que lleva bajo el brazo la promesa de un cambio positivo en la monarquía.
Así lo creen desde varios países, inclusos algunos de la Commonwealth, pero también desde España. En un encuentro con la prensa española en Londres, el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, quien acompañó al Rey Felipe VI y a la Reina Letizia a las exequias de Isabel II, expresó en nombre del gobierno que «estamos seguros de que el nuevo Rey Carlos III y la nueva primera ministra, Liz Truss, inauguran una nueva etapa de liderazgo en el Reino Unido».
Sobre la reina Isabel II, se hizo eco de las palabras de los muchos líderes que grabaron sus condolencias, diciendo que «simbolizaba unos valores que compartimos con los británicos, de democracia, de estado de derecho, de búsqueda de un orden internacional basado en reglas, todo aquello que en estos momentos en la guerra de Ucrania está en entredicho y está siendo puesto en cuestión», y consideró que el nuevo rey «va a introducir a la corona británica de lleno en el siglo XXI» con una serie de «adaptaciones» como podrían ser la «reducción de la Casa Real, para seguir respondiendo como lo hizo Isabel II a las necesidades de los ciudadanos en una etapa distinta».
El propio Rey ha expresado en algunas ocasiones su interés en una familia real oficial reducida y se especula con que pronto tomará decisiones para reducir el costo de la familia para el erario público, sobre todo después de que, pese al apoyo general a la soberana fallecida, también hayan voces muy críticas con el dinero que se ha gastado en sus exequias en un momento en el que las familias se enfrentan a la peor inflación en cuatro décadas y tienen por delante un invierno de facturas imposibles en la energía y los alimentos.
Todo esto, en medio del genuino dolor, a veces difícil de entender desde la mirada extranjera, de que la soberana con el reinado más largo en la historia de la monarquía británica fuera enterrada finalmente ayer por la noche tras una larga jornada de servicios religiosos y cortejos fúnebres que la llevaron del Westminster Hall a la Abadía de Westminster, donde se reunieron 2.000 personas entre las que estaban jefes de estado y dignatarios de todo el orbe; de allí en procesión hasta el Wellington Arch en Hyde Park Corner, y desde ahí en coche hasta la Puerta de Shaw Farm en Windsor.
Otra procesión trasladó sus restos mortales hasta la Capilla de San Jorge, donde tras otro servicio religioso finalmente descansó de forma definitiva en la cripta junto a su marido, Felipe de Edimburgo, que murió en abril del año pasado. Pero el viaje, seguido por los ciudadanos en las calles y por la televisión por millones de personas, fue aún más largo. Empezó el domingo 11 de septiembre, atravesando Escocia en una solemne procesión antes de ser trasladado en un avión de Edimburgo a Londres el martes, donde empezó un goteo de visitas al Westminster Hall a través de muchos kilómetros de calles londinenses como el Támesis como testigo. En total, desfilaron frente a su ataúd casi medio millón de personas y más de un millón inundaron Londres con motivo de su funeral.
El duelo del pueblo será más largo
Pero el duelo oficial aún no acaba y probablemente el del pueblo sea aún más largo, tan acostumbrado a tener por cabeza a una mujer que marcó la vida de muchos, aunque la mayoría no la conocieran en persona. Aunque los eventos de ayer fueron el clímax de un período de luto nacional e incluso el día fue declarado festivo, el de la Familia Real finaliza hasta el séptimo día después del funeral.
Luego, Carlos III tendrá que entrar de lleno, a sus 73 años, en el papel para el que lo prepararon desde su nacimiento. Según expertos consultados por la prensa local, como líder de una monarquía constitucional, Carlos III, que en teoría es políticamente neutral, no tiene potestad para cambiar lo que quiera a su antojo, ya que es el parlamento elegido por los ciudadanos el único órgano que puede aprobar y modificar leyes. Sin embargo, el monarca siempre ha hecho gala de su activismo a favor de ciertas causas, la más destacada, la lucha a favor del medioambiente y contra el cambio climático y podría hacer lobby a su favor.
También está, según informaciones desveladas hace unas semanas, en contra del polémico plan del gobierno de enviar a Ruanda a los solicitantes de asilo que lleguen a través del Canal de la Mancha y en una cumbre de la Commonwealth habló de su deseo de «profundizar mi propia comprensión del impacto duradero de la esclavitud» del que fuera el Imperio británico. Toda una declaración de intenciones. Reino Unido despierta hoy con un sentimiento de orfandad y con un panorama difícil por delante, pero con la esperanza en el cambio positivo que puedan traer el nuevo Rey y la nueva primera ministra.
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