El difícil camino de Israel para destruir a Hamás

La defensa de Israel descansa, en gran medida, en un ágil sistema de reservistas que, regularmente, son llamados para entrenamiento. El Gobierno ha movilizado alrededor de 350.000 que, unidos a los 187.000 efectivos permanentes, permite contar ahora con unas Fuerzas de Defensa (FDI) superiores a los 500.000 efectivos, entre los que se encuentran alrededor 8.000 de efectivos de operaciones especiales y contraterrorismo (Sayeret). Quedan en reserva, de momento, más 200.000 reservistas que también serían movilizables rápidamente si ello fuera necesario. Israel cuenta, en definitiva, con una masa operativa impresionante para un país de 9,3 millones de habitantes.

Con más de 2.000 carros de combate y 600 piezas de artillería autopropulsada, Israel posee una robusta fuerza aérea (Arma del Aire y del Espacio) dotada, en más del 90%, de moderno material norteamericano con, entre otros, alrededor de 260 cazabombarderos (F-35 y F-16), 60 F-5 (de superioridad aérea) y aviones de transporte, cisterna, guerra electrónica y patrulla marítima. Ese sólido poder aéreo se complementa con alrededor de 80 helicópteros de ataque (Cobra y Apache) y helicópteros de transporte. Sus activos navales se resumen en solo 67 buques, de los cuales 45 son patrulleras de alta mar, aunque posea una interesante flotilla de cinco submarinos. Se sospecha que podría tener cierta capacidad nuclear.

Tan impresionante poder militar no tiene, sin embargo, un significado concluyente frente a las milicias terroristas de Hamás, que viven empotradas en la sociedad palestina de la Franja. Milicias que se valen de una laberíntica red de túneles, principalmente al norte del territorio y que, con una longitud de muchos cientos de kilómetros, sirve para refugiarse frente a ataques aéreos, moverse, ocultarse y esconderse. Sistema que permite el movimiento de efectivos ligeros y, al parecer, también el almacenamiento de armas y municiones. Ahora pudiera estar siendo utilizado como cárcel de los rehenes secuestrados durante su criminal acción del pasado sábado. Ese entramado subterráneo, en suma, constituye una suerte de columna vertebral para las operaciones de Hamás.

La Franja, de solo 360 km2, con 51 km de frontera con Israel y 11 con Egipto, así como 40 km de costa mediterránea, cuenta con alrededor de 2 millones de habitantes, lo que supone una de las mayores densidades de población del planeta. De orografía muy llana y ligeramente ondulada, la mayor parte del territorio está edificada, lo que significa que cualquier acción operativa terrestre de envergadura se realizaría en combate urbano, siempre más favorable para el que se defiende que para el que ataca. Es pues un entorno favorable para la actuación de las brigadas Ezzedine al-Qassam, que constituyen el brazo armado más organizado de Hamás (evaluado en alrededor de 15.000 efectivos). Ello lleva a pensar que, posiblemente, las tropas israelíes, en un primer periodo, asegurando la frontera norte de la Franja, entrarón en ésta, en fuerza, por el oeste de Alumim, hacia el mar, entre los kibutz de Kfar Aza y Be'eri, para partirla, pinzar la ciudad de Gaza y «limpiarla» neutralizando, además, la red de túneles del norte del territorio.

En esas difíciles circunstancias, el Gobierno de Israel debe responder a la carnicería de Hamás, del pasado Sabbat, contra la población civil de muchos de los kibutz más próximos a Gaza. Disponiendo teóricamente de poder militar suficiente para arrasar toda la Franja, debe meditar bien ―seguro que lo está haciendo―, la respuesta posible. Debe planear cómo destruir las capacidades de Hamás, evitando al mismo tiempo que sus acciones fueran percibidas en los países occidentales como una masacre.

Debe prevenir el riesgo de convertir en beligerantes a los países del entorno, lo que podría derivar hacia una nueva guerra árabe-israelí. Debe, asimismo, eludir la creación de problemas graves en países europeos de gran población musulmana (especialmente sensible al conflicto árabe-israelí). Y, seguramente, debe impedir el descarrilamiento de la política norteamericana salida de los Acuerdos de Abraham, para normalizar las relaciones entre Israel y los países árabes. Por si acaso, y en función disuasoria frente a terceros que tratasen de expandir el conflicto en contra de Israel, al potente grupo de ataque del portaviones USS Gerald R. Ford, ya en el Mediterráneo oriental, se añadirá pronto en el Mare Nostrum un similar segundo grupo norteamericano, encabezado por el portaviones USS Dwight D. Eisenhower.