Biden se atrinchera y no se marchará por iniciativa propia
Ni la presión de los medios de comunicación ni de su partido tras su desastroso desempeño en el debate con Trump le ha hecho reflexionar. La situación en Washington es insólita
Los gobernadores Newsom y Whitmer, los favoritos de los demócratas para sustituir a Biden
Corresponsal en Washington
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Iniciar sesiónJoe Biden no se ha dado por aludido. Ante su debacle personal en el debate del jueves por la noche en Atlanta, y la revuelta abierta en el Partido Demócrata, el presidente ha mantenido su agenda con una visita este sábado a ... Nueva York para recaudar fondos para la campaña y, rodeado de sus más fieles, no ha dado señal alguna de que se replantee su futuro, a pesar de que las opciones de que Donald Trump regrese a la Casa Blanca tras la votación del 5 de noviembre se han multiplicado de una forma exponencial.
De Atlanta, Biden viajó directamente a Carolina del Norte y después a Nueva York. Este domingo lo pasará en la residencia presidencial de Camp David, antes del largo fin de semana posterior al 4 de julio, Día de la Independencia. Esa jornada tiene previsto el presidente dar un discurso centrado en preservar la democracia, algo que se supone que es uno de los puntos fuertes de su campaña, pero que apenas trató en los 90 minutos de debate con Trump.
La situación en Washington es ciertamente insólita. Ni siquiera en los últimos años de Ronald Reagan, que acabó su mandato en la Casa Blanca a los 77 años entre rumores de una avanzada demencia, había tal inquietud por la salud del comandante en jefe. La capital norteamericana vive de la política, más en año electoral, y la preocupación por Biden parece ser más por las implicaciones electorales que por los riesgos que pueda haber para la seguridad nacional y la defensa de la nación. En una ciudad donde detestar a Trump es un motivo de orgullo, el temor de un regreso del expresidente se ha traducido en una inquietud apenas escondida.
Alarma demócrata Comienza el intento de cambiar a Biden tras el debate
David Alandete | Enviado especial a ATlantaLa noción es que el peso del día a día en el Ejecutivo lo llevan una serie de hombres que rodean al presidente, en especial su jefe de gabinete, Jeff Zients, para todo lo que tenga que ver con asuntos internos, y el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, para política exterior. Mientras, Biden se centra en la campaña. La semana previa al debate la pasó el presidente preparando la cita en Camp David, sin agenda pública, y aun así el resultado fue desastroso por su falta de coherencia.
No pocos demócratas se han movilizado para tratar de convencer a Biden de que acabe su mandato con la cabeza alta y deje paso a alguien más joven que pueda ser aclamado en el congreso que celebra el partido a mediados de agosto. Diputados y senadores hablan abiertamente de las opciones que el partido baraja: gobernadores como Gavin Newsom de California o Gretchen Whitmer de Michigan, o miembros del ejecutivo como la propia vicepresidenta Kamala Harris o el secretario de Transporte, Pete Buttigieg.
La campaña de Biden, sin embargo, sigue en la línea que ha marcado la Casa Blanca desde que comenzó este mandato: de la salud de Biden no se habla. La prensa asignada a seguir al presidente suele encontrarse un muro de silencio cuando pregunta a los portavoces por el estado físico y mental del comandante en jefe. Cuando se le ha trasladado esa misma pregunta al propio presidente, se suele encoger de hombros, suele sonreír y responde: «Estoy bien».
Él mismo dijo en un mitin el viernes y repitió en un correo electrónico a sus seguidores el sábado que es consciente de que ya no debate como antes, que está más estropeado, pero se presenta como la única alternativa a Trump en las elecciones. La razón que suelen dar sus consejeros y portavoces es que en 2016 quiso presentarse pero le impusieron a Hillary Clinton, que perdió. En 2020 volvió, y ganó. Mantienen que en 2024 puede hacer lo mismo, ante los problemas legales de Trump y su papel en el intento de insurrección.
«Sé que no soy joven»
Este es el mensaje de campaña del propio Biden, tratando de sacar rédito de su mal debate: «Sé que no soy joven. No camino tan fácilmente como solía hacerlo. No hablo tan fluidamente como solía hacerlo. No debato tan bien como solía hacerlo. Pero sé cómo decir la verdad. Sé distinguir entre lo correcto y lo incorrecto. Sé cómo hacer este trabajo. Sé cómo lograr que las cosas se hagan. Sé, como millones de americanos, que cuando te derriban, te levantas».
De momento, dos importantes aliados políticos han salido en una defensa cerrada del presidente. Uno de ellos es el senador de Pensilvania John Fetterman, muy popular entre los sindicatos y las bases del partido demócrata. El otro es Barack Obama, el expresidente al que no pocos en su partido han instado a que medie para convencer a Biden de que recoja los trastos y se jubile. Ambos han dicho en redes sociales que el presidente no puede ser relevado sólo por un mal debate.
El problema es que el del jueves no fue sólo un mal resultado. Analistas de todo calado, incluidos los comentaristas de izquierda, lo han descrito como el peor debate de la historia. A las falsedades de Trump, que no fueron pocas, se contrapuso la incoherencia de Biden, cuyas frases y propuestas no tenían sentido alguno. Hay que remontarse a 1960 y la sudoración excesiva de Richard Nixon ante el apuesto John Kennedy para encontrar una derrota tan clara de un candidato, más de un presidente en ejercicio del cargo.
Además, los medios de los que la Casa Blanca más depende también le han dado a Biden la espalda. El referente informativo absoluto en EE.UU., el diario 'The New York Times', publicó un editorial en el que insta a Biden a irse por el bien del país. «El presidente apareció el jueves por la noche como la sombra de un gran servidor público. Tuvo dificultades para explicar lo que lograría en un segundo mandato. Luchó por responder a las provocaciones del señor Trump. Tuvo dificultades para responsabilizar al señor Trump por sus mentiras, sus fracasos y sus planes alarmantes. Más de una vez, le costó llegar al final de una frase».
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