Siria, una guerra sin salida

Una sola calle puede separar la vida de la muerte en una contienda sin solución que ha partido en dos el país

Siria, una guerra sin salida efe

mikel ayestaran

«La situación está muy, muy, muy mal . Llevamos semanas bajo un bombardeo constante. En nuestra zona no queda nada en pie, vivimos entre los escombros» . La llamada entra de casualidad y al otro lado una activista de Harasta , ciudad ... del extrarradio de Damasc o, narra con un hilo de voz muy fino el asedio de este bastión opositor donde no hay espacio para el alto el fuego.

«Los civiles han salido en su mayoría, solo quedamos un puñado. El resto son milicianos del Ejército Sirio Libre (ESL) que aguantan como pueden», informa esta joven que desde el mes de enero ha sido testigo directo del levantamiento primero popular y luego armado del cinturón agrícola de la capital, las ciudades y aldeas más pobres y con mayoría de población suní donde prendió la chispa del descontento con el régimen.

Desde el centro de Damasco se llegaba a Harasta en menos de veinte minutos en coche. Ahora el camino está cortado y solo se permite el acceso de vehículos militares y de las agencias de seguridad.

«No hay salida, estamos rodeados», señala la activista consultada, que se despide como si esta fuera la última vez que fuéramos a conversar.

«Las fuerzas de seguridad tienen luz verde para emplear todos los medios posibles para erradicar la presencia de grupos armados. Y cuando digo todos, son todos. Esto es una guerra», informa un funcionario del régimen que trata de explicar los motivos del uso masivo de la fuerza en zonas civiles.

«Los grupos opositores no deberían refugiarse en barrios, en casas de la gente. Que salgan a los valles, a las zonas rurales y peleen allí. Saben que si entran en una zona habitada están llevando la muerte» , subraya el funcionario. La muerte se traduce en barrios enteros donde la gente no puede volver a sus casas porque han sido destruidas por los bombardeos o, en el mejor de los casos, conservan la casa, pero ya no hay servicios de ningún tipo y los civiles quedan en manos de bandas de delincuentes que aprovechan el caos para robar y secuestrar. La seguridad ante los crímenes ha quedado en segundo plano para las autoridades.

El modelo de Homs

Los ejemplos de esta política de castigo se repiten a lo largo del país y el primer ejemplo fue Homs, donde se necesitarán años para rehabilitar barrios enteros como Bab Amr, una especie de Gro zni dentro de una ciudad donde otras áreas que no se alzaron en armas han recuperado la normalidad casi absoluta con el paso de los meses.

«No es una guerra convencional, son batallas encarnizadas en zonas muy concretas. Por eso te encuentras que una simple calle separa la vida de la muerte y la destrucción. El mayor desafío ahora para las autoridades no es el ESL, es controlar el auge de los grupos yihadistas que emplean una estrategia diferente y, en lugar de hacerse fuertes en zonas civiles, apuestan por atentados suicidas, logísticamente más sencillos y con mucho mayor impacto en la moral del enemigo», opina un experto en seguridad consultado.

Muchas zonas del este, en la frontera con Irak , y sobre todo del norte, próximas a Turquía , están fuera del control de Damasco y lo único que puede hacer allí el Ejército es emplear la aviación. Pero en las zonas en disputa es donde se combate por cada metro para establecer la línea divisoria entre leales y opositores.

Las últimas dos semanas han sido un infierno para Ahmed. Trabaja en Damasco, pero su casa está en Jedeidet Artouz, localidad situada en la carretera que lleva a Qneitra. «El ESL lleva meses en la zona y han atacado muchas veces comisarías y puestos del Ejército, pero el día que comenzó la operación contra la ciudad se esfumaron, nos dejaron solos», recuerda con rabia.

Primero la artillería castigó el lugar, por tierra y aire, y después entraron los soldados a pie y las milicias de los shabiha que «quemaron cientos de comercios, saquearon casas y se llevaron a mucha gente detenida», denuncia este padre de familia que durante una semana no pudo regresar a su casa debido al bloqueo de la carretera por parte del Ejército y apenas tenía noticias del estado de su mujer y sus dos hijos.

«Lo que están logrando unos y otros es que la gente les odie. Nadie respeta a la población»

«Lo que están consiguiendo ambos bandos es que la gente de a pie les odie. Nadie respeta a los civiles. Del ESL se podía esperar por su falta de medios y preparación, eran incapaces de garantizar la seguridad ciudadana y con ellos se producían muchos raptos y robos, pero lo que es injustificable para un sirio es ver el comportamiento de sus Fuerzas Armadas, injustificable», concluye pidiendo el anonimato absoluto por miedo a las represalias.

«Yo no diría que estamos ante dos sirias porque las fronteras son cambiantes y en el otro lado aún no hay infraestructura de gobierno para atender las necesidades de los ciudadanos. Por eso muchos se van y buscan refugio en otra parte cuando sus barrios son liberados», piensa Louay Hussein, líder del grupo opositor Construcción del Estado Sirio.

La ONU eleva a más de 300.000 el número de refugiados , una cifra fiable debido al registro de cada uno de ellos, «pero lo que es realmente complicado de saber es el número de desplazados internos, una cifra seguramente tan importante como imposible de concretar porque la gente va y viene en función de la situación de seguridad», confiesan fuentes del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Damasco, que tampoco piensa que se puedan dar cifras de bajas debido a la complejidad del trabajo sobre el terreno para verificar las muertes. El CICR ha prestado ayuda a un millón de personas «pero hay muchísimas más con necesidades urgentes. La diferencia entre las condiciones de vida en las zonas leales y hostiles se agranda cada día, el problema para las organizaciones es el acceso a esta población».

Ni CICR, ni la ONU, ni ninguna otra organización tiene garantías por parte de los bandos para trabajar sobre el terreno en las zonas en disputa. Sólo los operarios de la Media Luna Roja cruzan las fronteras invisibles entre las dos sirias, «pero tampoco tenemos garantía de ningún tipo, cuatro miembros han perdido la vida desde el estallido de la crisis y tenemos decenas de compañeros detenidos por las autoridades», recuerda uno de sus voluntarios en el cuartel general de la organización en Damasco.

«Si Siria estuviera en guerra con un país extranjero sería diferente. En esta situación todo es confuso y ninguno de los dos bandos te puede proporcionar seguridad», denuncia Khaled Irq Susi, responsable del organismo en Damasco.

La Zona Verde de Damasco

Los diecinueve meses han provocado una especie de muro interno entre las dos sirias y los civiles que han podido han buscado refugio en el centro de Damasco, «una especie de Zona Verde al estilo de la de Bagdad si lo comparamos con el resto del país», bromea el diputado Sharif Shehade. «Es cuestión de tiempo que la capital salte por los aires, yo ya he pedido pasaportes para toda la familia y me quiero ir a Malasia», adelanta un empresario de la capital que ha perdido su casa en los bombardeos de Harasta y ahora vive con los suyos en el apartamento de un pariente cerca de la Ciudad Vieja. Ha visto y vivido lo que ocurre en el otro lado y prefiere huir.

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