El régimen chino intenta cerrar el «caso Bo Xilai» antes del relevo en el poder
El lunes se conoce la sentencia contra el jefe de Policía que desveló el escándalo y la cuestión es saber si el dirigente caído en desgracia es acusado de encubrir el crimen de su esposa
PABLO M. DÍEZ
A contrarreloj, el régimen chino intenta cerrar el escándalo de Bo Xilai , el gerifalte del Partido Comunista depuesto por corrupción y cuya esposa fue condenada a muerte en agosto por envenenar a su socio británico, antes del relevo en su cúpula, previsto para ... el próximo mes. A partir de mediados de octubre, el Partido Comunista debería celebrar su XVIII Congreso, en el que el vicepresidente Xi Jinping sustituirá a Hu Jintao como secretario general, paso previo para sucederle como presidente de China en marzo del próximo año durante la Asamblea Nacional Popular.
Dicho conclave renovará, además, a buena parte de los nueve miembros del todopoderoso Comité Permanente del Politburó, al que aspiraba el popular Bo Xilai antes de caer en desgracia. En marzo, su destitución como secretario general del Partido en Chongqing, una megalópolis del suroeste de China bañada por el río Yangtsé y cercana a la presa de las Tres Gargantas, desató una soterrada lucha de poder entre las distintas facciones del régimen.
El caso estalló a finales de febrero, cuando Wang Lijun, entonces jefe de Policía de Chongqing y mano derecha de Bo, huyó a la vecina ciudad de Chengdu y, temiendo por su vida, se refugió durante 33 horas en el Consulado de Estados Unidos. Allí desveló que Gu Kailai, la mujer de su superior, había asesinado en noviembre a su socio, el británico Neil Heywood, quien estaba ayudando a la pareja a evadir fuera de China la fortuna que habían amasado con sus oscuros tejemanejes. Los diplomáticos norteamericanos no han aclarado si el agente llegó a pedir asilo político, un estatus que de todas maneras sólo puede conceder la Embajada en Pekín, y no un consulado. Al margen de este importante detalle, Wang Lijun acabó entregándose a un alto cargo del Ministerio de Seguridad Pública que voló desde Pekín para detenerlo y, de paso, rescatarlo de los secuaces de Bo Xilai que le pisaban los talones.
Aunque Wang Lijun tiró de la manta, la semana pasada fue juzgado por intento de deserción y por encubrir en un primer momento el crimen de Neil Heywood, así como por abuso de poder y corrupción. El Tribunal Popular Intermedio de Chengdu tiene previsto anunciar mañana la sentencia, que podría oscilar entre 10 y 20 años de prisión, pero también incluir una rebaja por su colaboración para esclarecer el caso.
La clave del fallo estriba en saber si implica a Bo Xilai como cómplice del crimen perpetrado por su esposa. Hasta ahora, el régimen había desligado la causa penal contra Gu Kailai de los cargos por corrupción que se le imputan a Bo Xilai, investigado a nivel interno por la Comisión Disciplinaria del Partido. Pero, por primera vez, la agencia estatal de noticias Xinhua difundió la semana pasada que el jefe de Policía Wang había informado del asesinato al “máximo responsable del Comité del Partido Comunista en Chongqing”. Aunque el despacho no citaba directamente su nombre, podría indicar que una acusación criminal se cierne sobre Bo Xilai.
Protestas antijaponesas
En un país como China, donde su autoritario régimen controla a su antojo la justicia, el caso está sirviendo como moneda de cambio en el reparto del poder previo a la renovación de su cúpula. “Hay posibilidades de que Bo Xilai sea juzgado públicamente, pero creo que será castigado internamente por la Comisión Disciplinaria del Partido”, explica a ABC el experto en política china Jin Zhong, quien edita en Hong Kong la revista “Open”, famosa por desvelar las interioridades del régimen. A tenor de las fuentes que maneja, “este verano ha habido un acuerdo en Beidaihe, la ciudad costera donde se reúnen los capitostes del Partido, para reevaluar el caso de Bo Xilai, pero es muy malo para él que en el juicio a su jefe de Policía se hayan dado pistas de que ocultó el crimen de su mujer”.
Mientras tanto, el régimen ha aprovechado las protestas antijaponesas de la semana pasada para desviar la atención de la lucha de poder y allanar el relevo en la cúpula. “Las manifestaciones han sido apoyadas por el Partido para distraer a la gente y algunos medios de Hong Kong incluso han informado que los policías se cambiaban el uniforme para unirse a las marchas contra la embajada y los consulados nipones”, asegura Jin Zhong.
Todos estos acontecimientos han coincidido, además, con la misteriosa desaparición durante dos semanas de Xi Jinping, el sucesor del presidente Hu Jintao. Hasta que volvió a mostrarse en público la semana pasada, su ausencia había disparado todos los rumores, desde que se había lesionado la espalda nadando hasta que había sufrido un infarto o un “accidente” provocado por sus rivales dentro del Partido Comunista. “Uno no necesita dos semanas para recuperarse de una lesión de espalda”, desconfía Jin Zhong, quien cree que “debido a la lucha de poder, ha estado escondiéndose para que se hable más de él antes del Congreso, al igual que hizo Mao, quien desapareció durante un tiempo antes de lanzar la Revolución Cultural”. Como se ve, los tiempos han cambiado en China, pero el régimen mantiene los viejos hábitos.
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