Violencia y sobredosis: el drama de EE.UU. en los márgenes de la pandemia
La crisis sanitaria ha agravado problemas estructurales que ya afectaban al país, como la violencia y la epidemia de sobredosis. El descrédito de la Policía y los disturbios tras la muerte de George Floyd han completado esta tormenta perfecta que ha disparado la inseguridad
Los homicidios y asesinatos crecieron un 30 por ciento el año pasado. En la imagen, un crimen en el que fueron tiroteados una mujer, un niño y un hombre el pasado junio en Royal Palm Beach (Miami)
Pasarán años hasta que se pueda medir con toda su amplitud el impacto sanitario, económico y social de la pandemia de Covid-19 . Desde el efecto en el modelo urbano -Nueva York, por ejemplo, tiene buena parte de sus edificios de oficinas sin ... ocupar y muchas empresas han decidido adoptar de forma definitiva el teletrabajo- hasta el impacto a largo plazo en salud mental o en el desarrollo educativo de niños que se han quedado durante meses sin poder ir a clase, la pandemia es una sacudida que va más allá de la factura trágica en pérdidas humanas y el coste económico causado por las restricciones.
En EE.UU. ya hay pruebas de que el covid ha sido el acelerador de algunos dramas estructurales que sufre el país, como la violencia o la epidemia de sobredosis. En ambos casos, se han registrado aumentos récord de casos, que no se pueden explicar solo por la pandemia, pero en los que es indudable que esta ha tenido su papel.
Esta misma semana, el FBI confirmaba con datos la realidad que se percibía en todo EE.UU. el año pasado y, a falta de que lo certifiquen las estadísticas, también en este: el aumento disparado de muertes violentas . En 2020, los homicidios y asesinatos crecieron un 30 por ciento en EE.UU., la mayor subida desde que el FBI comenzó a elaborar el recuento a nivel nacional en la década de 1960. Según sus datos, 21.570 personas murieron de forma violenta en el país, casi cinco mil más que el año anterior.
Interpretación partidista
La oleada de violencia está aún lejos de los años de plomo de finales de los ochenta y principios de los noventa, cuando se estaba cerca de las diez muertes por asesinatos por cada 100.000 habitantes (ahora son 6,5), pero es un aumento radical.
Muchos hacen una interpretación partidista de las causas de esta escalada: los demócratas se centran en culpar al aumento exponencial de armas en las calles de EE.UU., dentro de sus esfuerzos legislativos para controlar su acceso; los republicanos ponen el acento en las cortapisas a los departamentos de Policía para hacer su trabajo.
«El resultado predecible de que hubiera menos policía es que en 2020 se registraran más crímenes violentos», sentenció en un editorial ‘The Wall Street Journal’, el principal diario conservador del país.
La explicación es probablemente más compleja , e incluye esos y otros factores entrelazados. Es significativo que la estadística total de grandes delitos -que incluye otros no violentos, como robos- bajó un 5 por ciento el año pasado.
Los expertos hablan de una «tormenta perfecta» que ha llevado a esa ola de violencia. Fueron decisivas las repercusiones de la muerte George Floyd, el último caso de abusos policiales hacia la minoría negra. El episodio desencadenó efectos en cadena: llamamientos en la calle a «recortes» o «abolición» de la Policía, impulso de reformas en los departamentos para cambiar las labores policiales, desmoralización en los agentes por falta de apoyo de autoridades y delación de funciones o pérdida de confianza de la población en la Policía.
Esto último es lo que algunos criminólogos denominan como el ‘efecto Ferguson’ , en alusión a las repercusiones de la muerte de Michael Brown a manos de la policía en Ferguson (Misuri) en 2014. Aquel caso provocó una pérdida de legitimidad en la Policía, menos actuaciones de los agentes, menos incautaciones de armas y un incremento del 17 por ciento de los homicidios en las ciudades de EE.UU. el año siguiente.
El último incremento ha provocado récords históricos de muertes violentas en varias ciudades estadounidenses, de diferentes regiones y diversa composición demográfica, como Albuquerque (Nuevo México), Des Moines (Iowa), Memphis (Tennessee) o Milwaukee (Wisconsin). Las ciudades son el foco habitual de las muertes violentas, pero los datos muestran que han crecido de forma similar en suburbios y zonas rurales.
Armas y adicción
Esa es una de las muestras de que el aumento no se explica solo como una reacción al caso Floyd y los cambios en los cuerpos de policía. Otra, el aumento de armas -la razón favorita de los demócratas- , ha sido un hecho en la pandemia. Con el temor y la incertidumbre por el aislamiento social y las restricciones , se disparó la venta de armas, con semanas en las que se vendían más de un millón, un récord histórico. El porcentaje de domicilios estadounidenses con armas pasó del 32 por ciento en 2016 al 39 por ciento el año pasado, a pesar de que se había mantenido plano en las últimas décadas. Y una quinta parte de quienes compraron armas el año pasado lo hacían por primera vez.
El año pasado también se batió el récord en el porcentaje de muertes violentas con armas de fuego: fueron el 77 porciento , diez puntos más que hace una década.
La muerte violenta en las calles de EE.UU. se ha superpuesto desde la primavera pasada a la capa trágica de la factura de la pandemia -en las peores semanas de la crisis, en ciudades como Nueva York, lo que más se escuchaba eran las sirenas de las ambulancias- y a la de la epidemia de opiáceos . En las últimas dos décadas, las imágenes de adictos atacados por sobredosis se han convertido en una estampa habitual en el país, desde zonas marginales de grandes ciudades -este verano se hizo viral un vídeo que mostraba una de ellas en Filadelfia, con cientos de personas inyectándose o en busca de droga- a pueblos de regiones industriales deterioradas.
La Policía investiga un tiroteo en el barrio de Bridgeport (Chicago), en el que murió un hombre de 24 años tras recibir varios disparos y otros dos resultaron heridos de gravedad
Es difícil medir qué impacto habrá tenido la pandemia en esta oleada de muertes violentas. Los criminólogos apuntan que factores como el estrés o el hastío por el aislamiento social y las restricciones de la pandemia pueden fomentar la frustración o la ira que influyen en el crimen. También se cita las cuarentenas forzadas de muchas agentes por resultar infectados.
En el caso de las sobredosis, el impacto es más directo. En 2020, según datos de los Centros para el Control y la Prevención de las Enfermedades (CDC, en sus siglas en inglés), aumentaron también en un 30 por ciento, hasta las 93.300 muertes, el registro más alto de la historia. «En la pandemia, muchos programas asistenciales sobre drogas no pudieron operar. Tratar a la gente en la calle era muy difícil. La gente estaba muy aislada », ha asegurado a Reuters Joshua Sharfstein, experto en políticas sanitarias de la Universidad Johns Hopkins. El ciclo de aislamiento, ansiedad, depresión y consumo de drogas se reforzó con los confinamientos. Y las restricciones acabaron con prácticas que ponían un parche a las sobredosis, como programas de intercambio de jeringuillas, tratamiento con metadona, lugares ‘seguros’ para pincharse con voluntarios armados con Narcan, un fármaco para resucitar a los afectados, o terapias grupales o individuales para adictos.
Drogas más peligrosas
Al mismo tiempo, también concurrieron otros factores . Según Nora Volkow, del Instituto Nacional de Drogodependencia, «el tipo de drogas que hay ahora disponibles son mucho más peligrosas».
La epidemia de opiáceos, provocada en los años noventa por la receta indiscriminada de estas sustancias, ha sido impulsada en los últimos años por los carteles de droga, que introducen cantidades masivas de sus propias producciones de fentanilo , un fármaco para el tratamiento del dolor, que se calcula que resulta entre ochenta y cien veces más potente que la heroína . Los narcotraficantes las mezclan en ocasiones con cocaína y metanfetaminas para incrementar su efecto. Los opiáceos, según los CDC,, están detrás de 74,7 por ciento de las muertes por sobredosis del último año.
Como con las muertes violentas, la epidemia de sobredosis afecta a estados muy diferentes: los mayores aumentos porcentuales de fallecimientos han sido en estados como Vermont, Kentucky, Virginia Occidental o California. Y, al contrario que con la pandemia de covid, donde las muertes se han desplomado en regiones con índices altos de vacunación, en esta epidemia no se ve la luz al final del túnel.