Miles de vecinos y rebeldes huyen de Ajdabiya ante el asedio de las tropas de Gadafi
La ciudad está medio desierta tras los últimos combates
luis de vega
Suena el zambombazo, se eleva la columna de humo negro al cielo y comienza la desbandada de civiles y guerrilleros de Ajdabiya. Solo un puñado de rebeldes toma posiciones para tratar de defender la ciudad. Solo unos cuantos envalentonados, arengados por un barbudo que grita ... por un altavoz, se echan a andar avenida adelante casi a pecho descubierto. El Ejército de Muamar Gadafi, el que ha lanzado el proyectil de artillería pesada, se acerca a la ciudad desde hace días.
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Esta escena, vivida a mediodía de ayer sábado en Ajdabiya, ya alguna vez a lo largo de la semana. Las tropas leales al dictador empujan, pero no acaban de retomar el control de esta ciudad de más de 100.000 habitantes semidesierta por los combates desde meadiados de marzo. Si el Ejército consigue finalmente recuperar el control, como ya hizo a mediados de marzo, no quedarán apenas civiles que precisen de la protección de la OTAN.
«¡Alá es grande!»
Algunos jóvenes armados con kalashnikovs y lanzagranadas RPG tratan de resguardarse ante un posible nuevo ataque pegados a un muro verde cubierto de pintadas a favor de la revolución. Reina el caos mientras la humareda del bombazo se disuelve en el cielo. ¿Caerán más? La mayoría se apresura a montarse en los todoterrenos con sus armas y parten acelerados en dirección este al grito de «¡Alá es grande!».
Uno de los camiones cargado con una batería antiaérea pincha, pero sigue adelante. En pocos metros el neumático delantero derecho se desintegra, pero da igual, el vehículo avanza al ritmo del ruido metálico que hace al rozar sobre el asfalto.
Sálvese quien pueda
Las pocas familias que quedan tras la psicosis y las huidas de los últimos días se agolpan también en sus vehículos. Hacen hueco a sus vecinos si hace falta. Hombres, mujeres, niños, abuelas... Enfilan todos hacia la carretera de Bengasi, a unos 160 kilómetros, que en unos minutos se convierte en un tapón de vehículos que hacen sonar sus claxons entre el pánico de unos y las miradas desconfiadas al cielo de otros.
Guerrilleros y civiles confundidos en una especie de sálvese quien pueda desfilan a las afueras de la ciudad ante los amasijos de metal renegrido en que se convirtieron los blindados con los que el Ejército trató de tomar Bengasi a el 19 de marzo cuando fueron acribillados desde el aire en el primer día de bombardeos de la alianza internacional.
Humillados sin duda por lo que supone tener que poner los pies en polvorosa cada vez que el enemigo, mejor equipado y preparado, se echa adelante, muchos rebeldes tratan de impedir que se tomen imágenes de la huida de Ajdabiya. Algunos incluso se enfadan y lanzan amenazas a los reporteros. Pero la adrenalina que genera el lanzamiento de varios misiles hacia posiciones de los hombres leales a Muamar Gadafi hace cambiar el centro de atención.
Dejan atrás una ciudas fantasma con las calles vacías a las que se asoman de vez encuando los hombres, casi siempre jóvenes, que permanecen al ciudado de algunas de las viviendas para que no sean saqueadas. La basura y los papeles campan a su aire y algunas tuberías echan agua sin fin a lo que con el paso de los días se ha convertido en una en una pequeña laguna verde. En Ajdabiya se queda el miedo.
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