Fábricas y tiendas japonesas cierran por el «Día de la Rabia» en China
Temor a nuevas manifestaciones e incidentes violentos contra intereses nipones en el aniversario de la invasión de Manchuria en 1931
PABLO M. DÍEZ
Bajo la aparente placidez de un suave y soleado fin del verano, las dos caras de la crisis chino-japonesa eran ayer bien visibles en Sanlitun , la principal calle de embajadas, bares y tiendas de Pekín. Mientras la colorista tienda de tres plantas ... de Uniqlo , el Zara nipón, permanecía cerrada, a pocos metros sonaba una y otra vez el himno nacional chino frente al centro comercial 3.3, que proyectaba imágenes de las multitudinarias manifestaciones reivindicando las disputadas islas Senkaku (Diaoyu en mandarín).
Dichas protestas contra Japón, que la semana pasado compró parte de estos islotes deshabitados a sus dueños privados, han alimentado el rencor al odiado vecino, que ocupó buena parte de China desde 1931 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 . Precisamente, hoy martes se cumplen 81 años de la sangrienta invasión de Manchuria (noreste de China), una efeméride que amenaza con volver a disparar la tensión.
Para evitar incidentes violentos como los del fin de semana, fábricas, tiendas y restaurantes japoneses han optado por cerrar sus puertas por miedo al vandalismo de la incontrolada multitud. Después de que su factoría de Qingdao fuera quemada al sufrir un sabotaje, Panasonic ha decidido parar la actividad, mientras que Canon ha hecho lo propio en tres de sus cuatro fábricas en China.
La empresa automovilística Mazda también ha suspendido la producción en su planta de Nanjing , al igual que Mazda, uno de cuyos concesionarios ardió durante el fin de semana junto a otro de Toyota . Por su parte, los supermercados Ito Yokado y las tiendas Seven Eleven tampoco tienen previsto abrir. Aterrorizados por los ataques sufridos, los japoneses residentes en China – entre los que destacan 65.000 en Shanghái – no tienen intención de salir de su casa en lo que promete ser un auténtico “Día de la rabia”. “Ha bajado el número de clientes y, por si acaso, es mejor no abrir”, se resigna Hannah Wong , esposa del dueño de Hatsune , un popular restaurante de “sushi” con tres locales en Pekín.
Basándose en la fuerza que le da su gigantesco mercado de 1.350 millones de potenciales consumidores , el régimen chino juega la carta del boicot económico para presionar al Gobierno nipón en la disputa por las islas Senkaku-Diaoyu, despobladas pero al parecer ricas en bancos de pesca y yacimientos submarinos de petróleo.
En este sentido, un editorial del “Diario del Pueblo”, altavoz del Partido Comunista, se preguntaba “cómo es posible que Japón quiera otra década pérdida” y advertía de que, “aunque China siempre ha sido muy cauta con la baza económica, planteará batalla si Tokio continúa con sus provocaciones en la lucha por la soberanía territorial”.
Ocupando, respectivamente, la segunda y tercera plaza de la economía mundial, China es el principal cliente de Japón y sus intercambios comerciales alcanzaron el año pasado la cifra récord de 262.800 millones de euros . Evidentemente, la industria nipona, muy presente en China, tiene más que perder, pero el régimen de Pekín no puede permitirse el lujo de una crisis prolongada justo cuando su economía se está desacelerando y, además, afronta el relevo de su cúpula en el Congreso del Partido Comunista que tendrá lugar, probablemente, a partir de mediados de octubre. Dicho cónclave ha desatado una soterrada lucha de poder agravada por el escándalo de Bo Xilai , el gerifalte depuesto por corrupción y cuya esposa ha sido condenada a muerte por el asesinato de su socio británico, y la reciente desaparición durante dos semanas de Xi Jinping , quien se perfila como sucesor del presidente Hu Jintao.
“A China le interesa ahora tensar la cuerda, pero no romperla. En momentos de crisis interna, el enemigo externo es muy socorrido”, explica a ABC Manel Ollé , profesor de Historia y Cultura de la China contemporánea en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. A su juicio, “en el proceso de transición del liderazgo, instrumentalizar este afán patriótico puede permitir al presidente Hu Jintao seguir al frente de la Comisión Militar Central otros dos años más, como hizo Jiang Zemin en su época, y persistir un tiempo extra en el poder conservando la jefatura del Ejército”.
En Tokio y de camino a China, el secretario de Defensa estadounidense, Leon Panetta , recordó que la Casa Blanca cumplirá sus tratados de seguridad con Japón, pero prefirió no tomar posiciones en el conflicto e instó a ambas partes a solucionarlo pacíficamente.
Mientras un millar de barcos chinos zarpaban de distintos puertos rumbo a las disputadas islas, estratégicamente enclavadas en medio de las rutas mercantes entre Okinawa y Taiwán , el régimen de Pekín intenta que las manifestaciones patrióticas que ha inspirado no se le vayan de las manos. Ante la previsión de nuevas movilizaciones masivas, los medios estatales insisten en que “la violencia sólo puede debilitar la campaña contra Japón” , al tiempo que la Policía prohíbe concentraciones y anuncia detenciones por desórdenes públicos y destrozos.
“Esta crisis es más grave que la última, en 2005, y el régimen tratará de parar las protestas, que pueden volverse en su contra debido al malestar social por la corrupción”, alerta el doctor I- Chung Lai , director de Estudios de Política Extranjera del Taiwan Thinktank. Censurando todas las referencias a las manifestaciones en Weibo, la copia china del bloqueado Twitter, Pekín pretende que el odio histórico por las atrocidades cometidas durante la ocupación nipona no dinamite la sagrada estabilidad social.
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