Alemania: Heroísmo para superar la crisis

«Jein» es una útil palabra del muy funcional idioma alemán, formada por «Ja» y por «Nein». Sirve para responder lo que uno tantas veces querría contestar pero necesita una frase: lo uno y lo otro, según se mire, quizás, ni idea... Viene su utilidad ... al caso de la típica pregunta, desde fuera de Alemania, en los últimos años: «¿Y qué tal Angela Merkel?»

El significado aquí de «Jein» sería casi ese «ni idea». Porque, después de cuatro años de Angela Merkel, parece saberse tan poco de ella como cuando llegó a la cancillería. No hace tanto que aún se oía hablar del «enfermo de Europa» y de una «Alemania acabada». Pero desde hace unos años, desde la llegada de la canciller, se habla de la Alemania de Merkel como si fuera un país recién fundado, renacido. Y eso que es menos fácil saber lo que la canciller ha hecho que lo que representa. Pues de simbología, representación y confianza la canciller sabe mucho.

Merkel es una de esas alemanas a la que te encuentras haciendo la compra y a la que uno se podría dirigir, pero no lo consideraría interesante. Pero, luego, ahí está: es la misma que sale en un escenario lleno de líderes del mundo en traje oscuro... y ella, ahí está, con su chaqueta verde, su casquete rubio y esa actitud de «¿qué hay de nuevo chicos?».

La canciller ha partido en campaña con el asentimiento general de tener asegurado un segundo mandato, aunque sin tener claro si lo lograría en sus propios términos. Ya en el año 2005 anunció un avanzado programa de reformas fiscales, educativas, laborales y sanitarias, que tendría que llevar a cabo con los liberales (FDP) y no lo logró: tuvo que alcanzar un compromiso con el partido Socialdemócrata (SPD), aquel al que prometía defenestrar.

No le ha ido mal, a Alemania tampoco. Pero se las ha arreglado para que parezca que ella sola tiene todo el mérito, lo que tampoco es justo. Confiada en las mayores cuotas de popularidad que ha recabado un canciller alemán en mucho tiempo, ha llevado a cabo una campaña suave y apenas centrada en el «factor Merkel».

En el Walhalla de los héroes

Visitando el Walhalla germánico, el templo de los héroes, la curiosa réplica del Partenón construida por Luis I de Baviera sobre el Danubio, cabe recordar que en una ideal república de poetas y pensadores, el alemán se enamoró antes del héroe que de la patria o de la idea. No de otro modo se podría explicar lo que representa Merkel para gente tan variopinta como la que compone la nueva Alemania. A su manera, ella quiere conectar como sencilla heroína del nuevo pueblo alemán.

En el 2000 aniversario de la batalla del jefe Hermann contra Quintilo Varo, que sería fundación alegórica del destino y del pueblo alemán, la visita al Walhalla nos muestra a Konrad Adenauer —el democristiano canciller alemán de la reconstrucción tras la guerra— como el último de los «héroes» entre los ciento veintiséis bustos y sesenta y cuatro placas que honran a los insignes del pueblo germano, desde el jefe Alarico hasta la mártir Edith Stein, pasando por Bach o Einstein. Adenauer, que, con sus modales tan aparentemente sencillos, tanto se parecería a la canciller. O al menos así le gustaría a ella.

Adenauer y el Oro del Rin

Que Merkel maneja los símbolos lo muestra el hecho de que haya desempolvado para su campaña el tren en el que hacía Adenauer la suya. el «Oro del Rin». Otro paralelismo de Merkel con Adenauer.

Los alemanes entienden muy bien estos simbolismos; pero también entienden de cuentas y estas no parecen cuadrar con las rebajas fiscales prometidas por la CDU y sus aliados liberales. Así que, entre apuros con sus cuentas y carisma popular, se nos plantea la pregunta: ¿Puede aspirar ésta a la que llaman la mujer más poderosa del planeta a que un día su busto figure en el templete de los héroes? Probablemente dependerá de como la heroína juegue una virtual segunda manga como canciller.

Al haber tenido que gobernar juntos, se ha dado la circunstancia de que el principal rival de Merkel haya sido su ministro de Exteriores, el socialdemócrata Frank Walter Steinmeier (SPD), al que muchos aprecian precisamente en esa función pero no están seguros de verlo como canciller.

En Brandenburgo, la ciudad entre las islas del río Havel, nació Prusia y la gran Alemania, pero hoy pasa momentos tan bajos como su candidato más famoso: el presidente del partido Socialdemócrata. Escuchándole hablar de lo malísima que habría sido Angela Merkel sin la ayuda del SPD, la diputada Margrit Spielmann, que se jubila con sesenta y seis años, se siente «orgullosa» de cederle su escaño al que ella llama «futuro canciller». Un sentimiento demasiado íntimo para ser compartido, pues el propio Frank-Walter Steinmeier se presenta aquí como candidato a canciller al tiempo que en el pueblo de al lado disputa el acta de diputado... por si acaso.

El histórico SPD, el partido más antiguo de Alemania, sufre una de las peores crisis de su historia. El ex canciller socialdemócrata Gerhard Schröder perdió casi una legislatura en artificios, para encarar después una valiente agenda de reformas cuando la recesión se le vino encima. De resultas, el SPD perdió su halo social y se hundió en las encuestas, Pero en parte también como consecuencia de aquellas reformas y de las que le han seguido Alemania ha sorteado dos años de profunda crisis internacional con un incremento de tan sólo medio punto en su desempleo.

De la ciudad de Augsburgo se conoce desde el mártir Narciso de Gerona en el 307 a la familia Mozart o Rudolf Diesel, que fabricó hace 110 años su motor. Pero, desde la paz de Westfalia, la ciudad aparece como la premonitoria de eso llamado la Gran Coalición: aquí todo cargo tenía que ser paritario entre católicos y protestantes. La gran coalición ha demostrado sin embargo que la paridad forzada tiene inconvenientes, de los que uno no menor es el aburrimiento democrático.

El mitin tradicional alemán es en una carpa cervecera y en Baviera es de rigor la batería de pollos rotando al grill. Los partidos compran la atención como pueden: con salchichas, La Izquierda; manzanas y accesorios de bicicleta, los Verdes; camisetas y paraguas, la CDU; y el SPD hasta unos preservativos con sus siglas como sabor añadido. Lo que no ha impedido un creciente número de votantes dudosos hasta última hora.

Además, hay una variedad cada vez mayor de opciones, mientras las dos corrientes clásicas, democristianos y socialdemócratas, cohabitan y se sonríen. El Süddeutsche Zeitung diagnostica: «El centro de la sociedad cada vez es más amplio y variado», con el resultado de que caben hasta dos partidos «liberales», si bien de distinta extracción y con su punto de conflicto de clases, FDP y los Verdes, que no sólo no saben colaborar sino que literalmente no se soportan.

Verdes y liberales han buscado a la nueva generación universitaria y urbana, cuyo aventurerismo es menos político que viajero, según los sociólogos. Pero aún se les queda fuera la generación del Muro, que vota por primera vez, o no vota. El ensayista Robin Alexander escribía en estos días que, si bien por un lado un proyecto conservador-liberal cala mejor en las nuevas generaciones, por otro estos partidos no tendrían ninguna conexión con el sentir de los jóvenes.

Sin embargo Johannes Vogel, un fuera de serie que «podría ganar mucho más en la empresa» y que con 27 años preside a los Jóvenes Liberales, se presenta a diputado en Westfalia. El joven Felix Schulte-Herbrüggen también es liberal: «Necesitamos una nueva energía, pero compensada con unos valores» y cree que Merkel conciliará ambos. La candidata del SPD Jana Zirra (27 años) estima que la nueva generación «no es revolucionaria, sólo buscamos pequeñas mejoras», en lo que coincide con el debutante de la CDU, Sebastian Lechner (28 años), que ha recorrido 600 citas electorales por Hannover en su vieja furgoneta Volkswagen: «El sistema no está mal, pero resulta poco atractivo». A lo que Zirra añade: «No somos visionarios, nos interesan las propuestas concretas».

Sobre la sociedad presente, el jefe del grupo demoscópico Forsa explica que la participación sigue cayendo entre los menores de 30 años, que las mujeres votan por igual a los grandes partidos, mientras los varones se prestan más a probar entre los pequeños. «Sobre todo declina la política regional. Las elecciones a los estados federados han perdido casi un 25% de participación en los últimos 20 años». Con estas cuentas el partido de los No-Votantes se autoproclama como una de las primeras fuerzas políticas del país.

Merecía la pena acercarse también a Dessau y a Weimar, no sólo porque, como se preguntó Goethe, «¿dónde se podría encontrar tanto bueno en tan pequeño lugar?», sino por el 90 aniversario del movimiento que educó la mirada del siglo XX: la Bauhaus. escuela vanguardista de arquitectura y diseño. Como entonces, dos elementos reaparecen: la crisis global y el declive de los grandes partidos. Pero si algo enseña la Bauhaus es que la función crea la forma; y, la que tenga el nuevo gobierno alemán, vendrá en función del miedo a una crisis que aún no se ha marchado y que puede no ser pequeño.

La oposición cree que, con una recesión de un 6,1% y un aumento del endeudamiento del un 7,2% el agujero fiscal puede alcanzar los 30.000 o 40.000 millones. Los impuestos, su exceso y complejidad y el cuestionado realismo de las promesas de rebaja de los mismos, han sido casi el único tema agrio de campaña. Hay poco margen, pero el FDP cree en una cura radical, mientras el experto del SPD, Otto Bernhardt, tacha cualquier recorte de «poco realista» antes de 2011 con un «crecimiento del 1 o 1,5%».

Las exportaciones, principal aporte del PIB alemán, han caído un 23.5%, los ingresos fiscales también y puede que, al final de los planes de ayuda al desempleo, la bomba del paro estalle en 2010. Por otro lado, el PIB da sus primeras décimas positivas y el clima empresarial sigue mejorando mes a mes, según el último informe del instituto IFO.

No sólo hace 90 años de que Gropius, Kandinsky y Mies van der Rohe inventaran la visión de lo que nos rodea. También hace 90 años de aquella Asamblea General en el teatro de Weimar que dio así nombre a la república: un intento de estado ideal que quiso inspirarse en lo mejor de la cultura germana: Goethe, Herder, Schiller, Heine. Entonces los alemanes creían que todo se podía inventar. Que el campo de concentración de Buchenwald esté a tiro de piedra de la casa de Goethe muestra el error.

De resultas de cómo fascistas y comunistas dinamitaron aquel experimento, el sistema alemán es fuertemente parlamentario y previene contra la atomización. Choca pues en Weimar oír la demagogia del concejal neocomunista Dirk Möller exigiendo «darle duro a los ricos» y «dinero para los niños y no para los bancos».

También en Dessau, un heredero de los que echaron de allí a la Escuela de la Bauhaus, el concejal neonazi de DVU, Ingmar Knop, se antoja un buen chico hasta que se le escucha exigir que «el dinero sea para los alemanes» y a lo sumo para enviar a los inmigrantes de vuelta a sus países. «¿Qué sería de la recesión alemana si nos echaran a todos los inmigrantes», dice el político verde de origen turco Özcan Mutlu. «¿No saben que estamos ayudando a construir Alemania?» La buena noticia es que los extremistas están en seria crisis y que la emigración ni siquiera ha sido tema electoral sino que, con 4 millones ya en el censo votante, los partidos hacen esfuerzos por incluirlos en sus listas y entre sus seguidores. La era de las dos grandes corrientes políticas toca a su fin, ahora hay cinco partidos y aunque la estabilidad política es fuerte la posibilidad de que este país se convierta en fábrica de nuevas sorpresas políticas sigue siendo fuerte.

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